La enfermedad de la civilización
A finales de los años sesenta, los movimientos para la defensa de la naturaleza aparecen todavía como ramas poco relacionadas entre sí.
El movimiento “back-to-the-land”, el preservacionismo, o las campañas que dieron origen a las leyes sobre contaminación en Estados Unidos (Ley del aire, Ley del agua), se perciben aún como independientes.
La visión del movimiento ecologista en los años sesenta, e incluso a principios de los setenta, es en general pesimista. Refleja el sentimiento de que hay algo enfermo en la civilización.
Los trabajos de RACHEL CARSON “Silent Spring” (1962), de GARRET HARDINS “The tragedy of the commons” (1968), o de PAUL EHRLICH “The population bomb”(1968); marcan la tendencia de los sesenta.
Esta tendencia tiene continuidad en los primeros años de la década de los setenta con los libros de DONELLA H, MEADOWS “The limits of Growth” y de E. GOLDSMITH “Blueprint for survival”, ambos de 1972, que sugieren que el planeta está llegando al límite de lo que puede soportar.
Es una visión apocalíptica, con llamadas a los gobiernos para que aumenten el control sobre las actividades humanas dañinas para el medio.
Los límites del crecimiento
Esta tendencia tiene continuidad en los primeros años de la década de los setenta con los libros de DONELLA H, MEADOWS “The limits of Growth” y de E. GOLDSMITH “Blueprint for survival”, ambos de 1972, que sugieren que el planeta está llegando al límite de lo que puede soportar.
Es una visión apocalíptica, con llamadas a los gobiernos para que aumenten el control sobre las actividades humanas dañinas para el medio.
En 1974, R. HEILLBRONER expresa con crudeza este sentimiento en “An inquiry into environmentally harmful”, argumentando que la supervivencia de la raza humana requiere el sacrificio de la pérdida de libertad.
Ecología emancipatoria
En contraste con este ecologismo apocalíptico, también a principios de los setenta, algunos ambientalistas tratan igualmente de desarrollar estrategias para limitar la degradación, pero con llamadas menos dramáticas.
Se hacen propuestas para reciclar, usar energías alternativas, descentralizar y democratizar la economía y la planificación social. Es el ecologismo emancipatorio, que trata de poner el énfasis en la calidad de vida.
BARRY COMONER es uno de los representantes más destacados de esta tendencia, y junto con E.F. SCHUMACHER, aboga por una producción más íntimamente integrada con los procesos naturales de los ecosistemas, apoyan los recursos renovables y las fuentes de energía a pequeña escala, así como la eficiencia energética. Después, en los años noventa, este modo de entender la relación con el medio se resumiría con el eslogan: “pensar globalmente, actuar localmente”.
Se hacen propuestas para reciclar, usar energías alternativas, descentralizar y democratizar la economía y la planificación social. Es el ecologismo emancipatorio, que trata de poner el énfasis en la calidad de vida.
BARRY COMONER es uno de los representantes más destacados de esta tendencia, y junto con E.F. SCHUMACHER, aboga por una producción más íntimamente integrada con los procesos naturales de los ecosistemas, apoyan los recursos renovables y las fuentes de energía a pequeña escala, así como la eficiencia energética. Después, en los años noventa, este modo de entender la relación con el medio se resumiría con el eslogan: “pensar globalmente, actuar localmente”.
No obstante, también a principios de los setenta aparecen otras corrientes que se caracterizan por su voluntad de atacar los problemas ecológicos en su origen. Este ecologismo más radical tiene a su vez dos variantes: la ecología profunda y la ecología social.
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