Alcibíades aparece como personaje destacado en varios diálogos platónicos. Tiene un valor dramático muy especial su entrada en escena al final del Banquete (Symposium), en la que hace de contrapunto de Sócrates en una especie de lucha de titanes, cada uno haciendo uso de sus mejores armas para atraer al otro. Platón hace triunfar a Sócrates, con todo lo que ello significa respecto de la superioridad de la belleza moral respecto de la belleza sensible.
Aunque sólo fuera por esa aparición, ya nos quedaría el impulso de saber algo más sobre Alcibíades. En ningún caso ese impulso queda defraudado, y al acercarnos a su biografía comprendemos por qué Platón lo toma como personaje protagonista en algunos de sus diálogos y puede decirse que es también un personaje conceptual del mismo modo que lo es sin duda Sócrates.
El Alcibíades del banquete es todavía adolescente y le sirve a Platón para ilustrar el acceso posible a través del eros al mundo inteligible que contiene el ser en sí, en este caso, la belleza en sí, que es más perfecta, y por lo tanto con más poder de atracción, que cualquier belleza sensible. No obstante, el Alcibíades adulto de la guerra del Peloponeso inspira al Platón político, siendo la filosofía política el fin último del pensamiento platónico. La teoría de las ideas es el soporte de la teoría política. La discusión sobre los conceptos está en le trasfondo de la lucha política. La discusión de Sócrates y Alcibíades sobre la belleza está en el fondo de las discusiones políticas de lo que es justo o injusto en una situación de guerra.
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Para una visión no sublimada de la relación entre Sócrates y Alcibiades en el Banquete:
De amore: Sócrates y Alcibíades en el Banquete de Platón
Lorena Rojas Parma
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Alcibíades en la guerra del Peloponeso:
Antes de llegar a los treinta años, Alcibíades había logrado hacerse un lugar en la complicada política de Atenas. Codeándose con los más influyentes del momento, consiguió ganarse el respeto de un sector de la ciudadanía; aunque, por otra parte, se generó algún que otro enemigo. Con quien mantuvo la relación más complicada fue con Nícias, hijo de Nicérato, un aristócrata muy rico gracias a las posesiones familiares en las minas de plata del Laurión.
Nícias, en el año 421 a.C., firmó la paz con los lacedemonios. La llamada Paz de Nícias puso fin a la primera parte de la Segunda Guerra del Peloponeso, además de devolver los cautivos de guerra y prácticamente todos los territorios a su dueño inicial.
Alcibíades, indignado porque no le habían tenido en cuenta durante las negociaciones, trató de romper el tratado con el que Nícias se había ganado el aprecio de los atenienses. Envió mensajeros a la ciudad de Argos, tradicional enemiga de Esparta, y maquinó una alianza con Mantinea y Elis, otras ciudades del Peloponeso. Con esto, provocó que los espartanos enviaran a su vez embajadores a Atenas, preocupados con la alianza y con otros aspectos de la reciente paz con Nícias. Sin embargo, durante la Asamblea de los ciudadanos que debía tratar estas cuestiones, Alcibíades maniobró de tal modo que consiguió desacreditar por completo a los emisarios espartanos, pues les hizo afirmar en público que no habían venido con plenos poderes para negociar.
Con este engaño y con el posterior fracaso de Nícias con las negociaciones en Esparta, aprovechando su cargo de estratego, Alcibíades consiguió que fuera aceptada su alianza con Argos, Mantinea y Elis, lo que le permitió, pese al prematuro fracaso de este pacto, erigirse como el gran político del momento.
Era evidente ya que Alcibíades gozaba de una influencia considerable, y que junto a Nícias, era el hombre más destacado de Atenas. A pesar de esto, Alcibíades no había nacido para dirigir una ciudad en paz, y su carácter ambicionaba otros proyectos.
En el año 415 a.C., la Paz de Nícias con los lacedemonios llevaba años permitiendo un respiro a todo el mundo heleno, pero aprovechando su popularidad, Alcibíades se esforzó sobremanera para que Atenas emprendiera una campaña sobre la ciudad siciliana de Siracusa, como si esa expedición fuese originada de un mero capricho. La mayoría de los jóvenes, movidos por la misma ambición de Alcibíades, apoyaron en masa esa empresa. A pesar de esto, este deseo desenfrenado de Alcibíades no fue defendido por otro importante sector de la ciudadanía, entre ellos Sócrates, quien comprendía que la realidad siracusana era mucho más complicada de lo que se quería hacer entender. (Aunque no son éstos, o al menos no fundamentalmente éstos, los motivos que luego preocuparán a Platón).
La votación en la Asamblea de Atenas dio el visto bueno a la operación, nombrando estrategos a Alcibíades, Lámaco y Nícias. A pesar de que este último, en varias ocasiones, trató de paralizar la expedición, y de que además hubo varios auspicios desfavorables, Alcibíades se encargó de que todo estuviera preparado.
Sin embargo, poco antes de partir hacia Siracusa, sucedió en Atenas uno de los acontecimientos más importantes en la vida de Alcibíades. La noche anterior a la partida de la expedición, la ciudad de Atenas amaneció con la mayoría de sus hermai (bustos esculpidos), colocados en diferentes lugares públicos, parcialmente mutilados. La acusación de uno de los rivales de Alcibíades, culpó a éste y sus amigos de cometer dichas mutilaciones durante una de sus continuas borracheras.
Sin embargo, poco antes de partir hacia Siracusa, sucedió en Atenas uno de los acontecimientos más importantes en la vida de Alcibíades. La noche anterior a la partida de la expedición, la ciudad de Atenas amaneció con la mayoría de sus hermai (bustos esculpidos), colocados en diferentes lugares públicos, parcialmente mutilados. La acusación de uno de los rivales de Alcibíades, culpó a éste y sus amigos de cometer dichas mutilaciones durante una de sus continuas borracheras.
Pese a que el proceso judicial contra Alcibíades debía comenzar, ofreciéndose él mismo a ser juzgado por su declarada inocencia, se decidió emprender cuanto antes la campaña sobre Siracusa, a la cabeza de la cual, entre otros, iba él. Junto a los otros dos estrategos y a miles de soldados atenienses, partió hacia la isla de Sicilia.
Con Alcibíades ausente y discutiendo las estrategias a seguir en Siracusa, en Atenas, sus enemigos pusieron en marcha una campaña con el único propósito de que fuera declarado culpable pese a la falta de pruebas fiables. Al poco tiempo, esos esfuerzos surgieron efecto y Alcibíades fue condenado a muerte. Éste, enterado de su complicada situación, omitió las llamadas para acudir a Atenas, con lo que fue declarado en rebeldía y se confiscaron todos sus bienes.
La campaña ateniense en Siracusa terminó con un fracaso absoluto el año 413 a. C. Los estrategos atenienses perdieron la vida en aquella fatídica expedición. Con miles de apresados, heridos, muertos y perdida una cantidad enorme de dinero y naves, Atenas sufrió una de las derrotas más terribles. Mientras tanto, Alcibíades, quien había originado tal expedición, y lejos ya de esos peligros, continuaba su particular carrera política y militar, nada menos que en favor de Esparta.
A partir de aquí, la trayectoria de Alcibíades se vuelve todavía más convulsa: huida de Esparta hacia Persia, colaboración con Persia, nueva fidelidad a Atenas que sufre la derrota final en Egospotamos; tras lo cual no hay un lugar seguro para Alcibíades en Grecia. Nuevamente en Persia su intención de liberar a Atenas del control de Esparta es interceptada: Alcibíades, durante una noche cualquiera, sufrió un grave incendio en su hogar. Éste, que había sido provocado a consciencia por varios sujetos a cargo del rey Agis II de Esparta, no acabó con él. Su ingenio y particular habilidad para sobrevivir a situaciones de riesgo le permitió escapar de las llamas. Sin embargo, al salir de su domicilio, fue atacado a distancia mediante dardos y flechas, con lo que no pudo defenderse, cayendo definitivamente muerto. A la edad de 46 años, en el 404 a C., Alcibíades ya era historia.
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Gerard Maldonado
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Alcibíades representa para Platón aquello a lo que la democracia asamblearia de Atenas puede conducir, movilizada, persuadida, por una retórica no basada en la verdad sino en la apariencia de verdad. No movida por la justicia sino por la desmesura de los lideres, no guiada por el bien de la ciudad sino por el interés particular; en el caso de Alcibíades, el interés de conseguir poder y gloria.
La asamblea no es sólo presa fácil de la retórica populista sino que es también voluble y oscila sin apenas solución de continuidad entre el fervor y el desdén, entre la condena a muerte y el seguidismo sin condiciones.
La ciudad no puede estar al arbitrio de tiranos ni de una asamblea demagógica. Ni los unos ni lo otros son capaces de constituir una ciudad justa. Para ello se requiere, en primer lugar, saber qué lo justo y qué es la justicia. En segundo lugar, es necesario un grupo de gobernantes que, desde ese conocimiento, tome las riendas y dirija la ciudad por el camino adecuado.
Qué es lo justo, quiénes conocen lo justo y cómo gobernar de acuerdo con el criterio de lo justo, es un trabajo de ardua investigación en el que Platón se empeña durante toda su vida. La teoría de las ideas le sirve en un principio de base sólida para apoyarse en contra de demagogos y sofistas. Pero el argumentario de estos últimos, en particular el de Protágoras y sobre todo de Gorgias, resultan ser menos vulnerable a la crítica de lo que podría suponerse, y la teoría de las ideas menos consistente, de lo que el programa presumía.
Pasada una fase digamos acrítica, muy brillante sin duda aunque sólo fuera por su valor literario: Fedón, Fedro, El Banquete, República; inicia Platón una autocrítica con matices argumentales casi infinitos. Como resultado, sale del atolladero con una solución mitológica, pitagorizante, que será acogida con gran desconcierto por Aristóteles. Pero esa ya es otra historia.
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FUENTES ANTIGUAS SOBRE ALCIBÍADES:
Plutarco. Vidas Paralelas: Alcibíades, VI.
Tucídides. Historia de la Guerra del Peloponeso
Cornelio Nepote. De viris illustribus; de excellentibus ducibus exterarum gentium: Alcibíades, IX
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