En 1990 se publicó un conjunto de textos breves escritos por Vattimo y otros autores con el título general: "En torno a la postmodernidad".
En ese momento el término se utilizaba con bastante frecuencia, mucho más que ahora. Pero ni entonces, ni tampoco ahora, tenemos muy claro cómo referirnos a la sociedad actual y al tiempo en el que vivimos.
Según lo que se quiera destacar de ella se habla de postmodernidad, pero también de sociedad postindustrial, sociedad de la información o incluso informacional.
Según lo que se quiera destacar de ella se habla de postmodernidad, pero también de sociedad postindustrial, sociedad de la información o incluso informacional.
De todos modos, parecía haber un acuerdo entonces y parece haberlo ahora en afirmar que el tiempo presente se suficientemente distinto de la modernidad para merecer un adjetivo que la califique como tal.
Postmodernidad y crisis de valores
Del conjunto de textos que forman la publicación, quizás el que conserva mayor vigencia es el que se refiere a la religión: Postmodernidad y crisis de los valores religiosos, escrito por Manuel Fernández del Riesgo, de la Universidad Complutense de Madrid.
El texto de Fernández del Riesgo comienza citando un escrito de Mardones de 1985, Raices sociales del ateismo:
"Hubo un tiempo en el que Dios habitaba con normalidad en la cultura occidental. Hoy dios es un ausente. Y los más llamativo es que no se nota. No se le echa en falta a ese huésped, que era lo necesario y fundamental para la vida de otros hombres en otras épocas".
Lo que hay ahora es indiferencia, y más agnosticismo que ateísmo.
Y lo que hay es el resultado de la revolución científica, de la mecanización de la producción y de la tecnología. El hombre moderno fue tomando conciencia de su capacidad manipuladora y transformadora de la naturaleza que le dio la tecnología.
El liberalismo no es en esta evolución inocente. Es naturalista y proclive a eliminar los valores y finalidades trascendentes para quedarse con una felicidad basada en la tenencia y disfrute de bienes naturales.
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Entre paréntesis se puede decir que la relación entre liberalismo y agnosticismo no es una idea nueva. De hecho, el papa León XIII, en 1888, escribía una encíclica condenando el liberalismo:
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Siguiendo con el texto de Mardones, la mentalidad que destaca lo funcional, lo racional, lo previsible, lo cuantificable es poco compatible con la sensibilidad y actitud del hombre religioso. El triunfo del pensamiento positivo y unidimensional imposibilita el alumbramiento del pensamiento trascendente.
El hombre secular de la modernidad puede pasarse sin lo sagrado. La religión como mucho se ha convertido en un asunto privado. Es de Luckmann la expresión religión invisible. Esta religión privada es una religión a la carta que mezcla contenidos de distintas religiones. La religión es un objeto de consumo más dentro de una sociedad de consumo individualista.
Si la postmodernidad reacciona contra la modernidad, contra la creencia en la tecnología y en la democracia representativa y en definitiva contra la racionalidad instrumental, ¿podría haber sido la postmodernidad más religiosa?
Los años sesenta alumbraron nuevas formas de espiritualidad pero también una visión hedonista de la vida y la valoración de lo irracional, de lo espontáneo, de lo presente.
Si la postmodernidad es fuerte en la destrucción de los relatos del proyecto ilustrado de progreso indefinido, es un pensamiento débil en la construcción de nuevos proyectos vitales. La espiritualidad que resulta es trivial y no articula una religiosidad poderosa, capaz de responder a las preguntas que el hombre se hace inevitablemente. El hombres es demasiado poco para sí mismo y busca el sentido fuera.
Si la forma en la que el hombre a dado respuesta al sinsentido ha sido la religión, no es esperable que pueda quedar como simplemente indiferente. Por ello, el estado actual de indiferencia no es un estado que pueda sostenerse en equilibrio.
Si la postmodernidad es fuerte en la destrucción de los relatos del proyecto ilustrado de progreso indefinido, es un pensamiento débil en la construcción de nuevos proyectos vitales. La espiritualidad que resulta es trivial y no articula una religiosidad poderosa, capaz de responder a las preguntas que el hombre se hace inevitablemente. El hombres es demasiado poco para sí mismo y busca el sentido fuera.
Si la forma en la que el hombre a dado respuesta al sinsentido ha sido la religión, no es esperable que pueda quedar como simplemente indiferente. Por ello, el estado actual de indiferencia no es un estado que pueda sostenerse en equilibrio.
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