En 1974 se publicaron paralelamente dos ponencias científicas que sugerían la existencia de una amenaza para la capa de ozono: una afirmaba que los átomos de cloro en la estratosfera pueden ser poderosos destructores del ozono; la otra, que los CFC están alcanzando la estratosfera y rompiéndola, liberando átomos de cloro.
Tomadas en conjunto estas publicaciones predecían que la utilización de CFC podría desencadenar un desastre medioambiental hasta entonces insospechado.
Estas dos publicaciones despertaron una explosión de investigaciones sobre la química del cloro atmosférico en todo el mundo, y más importante, esta información científica se abre paso dentro del proceso político, sobre todo por la acción de SHERWOOD ROLAND, uno de los autores, que presenta el asunto ante la Academia Nacional de Ciencias y ante el Congreso de los EEUU. El debate creció además rápidamente por la acción de un ya por entonces bien organizado movimiento por la defensa del medio ambiente.
Como consecuencia, la producción mundial de CFC disminuye un veinticinco por ciento.
No obstante, como quiera que había otros usos de los CFC distintos de los aerosoles, por ejemplo en la industria electrónica, la cantidad total alcanzó de nuevo en el año 1980, el valor máximo que había tenido en 1975.
En marzo de 1985, visto que la situación no mejora, se celebra una reunión en Viena. No se alcanzan allí grandes conclusiones prácticas más allá de las declaraciones de buena voluntad.
Sin embargo, sólo dos meses después, se publica una ponencia] importante sobre el incremento del agujero de la capa de ozono en el hemisferio sur. Esta ponencia recoge datos sorprendentes que estaban apareciendo desde el año anterior y explica además la relación del agujero con los CFC. La ponencia tiene una gran divulgación y el resultado final de todo el revuelo mediático que se origina es la firma del Protocolo de Montreal en octubre de 1987.
Esta vez se va más allá incluso de lo que los defensores del medio ambiente creían posible.
Aun así, el acuerdo se muestra insuficiente. Los países del Tercer Mundo no lo han firmado. China no lo firma porque alega que está tratando de implantar los frigoríficos en los hogares domésticos y ello requiere el uso de freón. Por su parte, la URSS alega que su planificación quinquenal no le permite realizar el tipo de ajustes que exige el Protocolo.

Como consecuencia de este impulso, en 1990 se reúnen 92 países en Londres que toman esa misma decisión. En la negociación se produce un último forcejeo entre los Estados Unidos y los países del Tercer Mundo. Estos últimos exigen un fondo que financie el cambio tecnológico. Los Estados Unidos se niegan, pero finalmente se establece el fondo.
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Lo cierto es que los Estados Unidos estaban ya preparados a finales de los años ochenta para prescindir de los CFC. Desde 1978 se habían ido desarrollando con éxito alternativas incluso económicamente más ventajosas en todos los campos en los que estos se utilizaban.
Actualmente, el problema de los CFC se considera un tema en vías de solución, aunque el agujero no se cerrará por completo hasta pasado el año 2050.
Lo importante ahora de la historia del ozono es que es fue el precedente principal de la historia del cambio climático ( el Protocolo de Kyoto se inspiró en el Protocolo de Montreal). Un precedente que sin embargo tiene más diferencias que similitudes y por ello no valen para este caso las mismas soluciones que sirvieron para aquel.
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Una de las diferencias importantes es que los Estados Unidos tenía resuelto el problema de sustituir los CFC por otros productos alternativos.
(!) Stolarski y Cicerone (1974): “Stratospheric Chlorine: a possible sink for ozone”
[2] Molina y Sherwood (1974): “Stratospheric sink form Chlorofluormethanes: chlorine atomic catalysed destruction of ozone”
[3] Clorofluorcarbonos.
[4] Farman, Gradiner, Shanklin (1985): “Grandes pérdidas del ozono total en la Antártica revelan la interacción estacional de ClO/NO2
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