Los años cincuenta en los Estados Unidos fue un periodo cuya interesante vida académica puede ser traída a la memoria con ayuda del trabajo de algunos investigadores, por ejemplo, Ziauddin Sardar.
Dice Sardar:
"En la década de los años cincuenta hubo en los Estados Unidos un período de represión política extrema. Había un reino real del terror en las universidades estadounidenses; la gente podía ser atropellada y victimizada, sin apelación, cuando el ‘Comité de Actividades Antiamericanas’ ejercía presión sobre sus empleadores.
Hemos oído de muchos actores de Hollywood que fueron víctimas en los juicios por antiamericanismo, del senador McCarthy; pero los académicos que los sufrieron fueron más numerosos e igualmente importantes.
El uso de la sola palabra ‘social’ se tomaba como connotación de ‘socialista’, lo que equivalía a ‘comunista’. Los pocos académicos que habían promovido una historia social de la ciencia, no tuvieron audiencia; otros, fueron amenazados.
El más prominente historiador de la ciencia, Alexander Koyré- continúa el relato de Sardar- fue tan lejos en su representación idealizada de Galileo que no solo negó un contexto social en el trabajo de Galileo sino que dudó que realizara sus famosos experimentos. Cualquier cosa que sugiriera, aun remotamente, cualquier influencia social en la ciencia o los científicos, Koyré la descalificaba como ‘marxista’"
Fue en esta atmósfera de Guerra Fría en la que Kuhn escribió La Estructura de las Revoluciones Científicas.
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Thomas Kuhn y las Guerras de la Ciencia
Ziauddin Sardar
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Harvard estaba metida en una ideología particular. Cambridge, era el centro de los científicos que creaban la Gran Ciencia y habían trabajado en el Proyecto Manhattan.
El presidente de Harvard, James Bryant Conant, había sido muy activo en traer el modelo ‘industrial’ alemán a la academia estadounidense después de la Primera Guerra Mundial. Conant también fue el administrador de la bomba atómica estadounidense, mediador entre el Congreso y el equipo de Los Álamos, y fue la persona que convenció al presidente Truman de que lanzar la bomba atómica sobre Hiroshima era ‘inevitable’.
Conant se convirtió en el mentor de Kuhn y el responsable de convencerlo para que enseñara en el programa de Educación General en Ciencia, donde moldeó la tesis de Estructura que dedicó a Conant
Al terminar su Ph.D., Kuhn permaneció en Harvard (como Junior Fellow) pero se retiró cuando el cargo en Historia de la Ciencia se le adjudicó, no a él, sino a un historiador de más trayectoria: I. Bernard Cohen.
(El comité que negó el nombramiento a Kuhn en Harvard en 1956 lo consideraba como protegido de Conant, quien ya había dejado la presidencia de Harvard para convertirse en el primer embajador norteamericano en Alemania Occidental).
Pero Kuhn finalmente, regresó a Cambridge, esta vez al (MIT) InstitutoTecnológico de Massachusetts.
Sus primeras investigaciones se enfocaron sobre la historia de la termodinámica y su primer libro, La Revolución Copernicana, de 1957, con prefacio de Conant, es un estudio del desarrollo del heliocentrismo durante el Renacimiento.
En 1962, Kuhn presenta la Estructura de las Revoluciones Científicas, que pasa por ser uno de libros clave del siglo XX.
En este texto, la investigación científica aparece como un producto de una interacción compleja entre la comunidad investigadora, su tradición autorizada y su entorno. En ningún momento de todo el proceso de investigación, la ‘razón’ y la ‘lógica’ son los únicos criterios para el avance del conocimiento científico y, por lo tanto, la ciencia tiene un componente social insoslayable.
Kuhn no tenía sin embargo un contacto estrecho con la filosofía de la ciencia, especialmente con la que se estaba haciendo en Europa, con Popper como personaje destacado. Seguía perteneciendo al entorno de Harvard y el MIT.
De hecho, en los círculos de historia y filosofía de la ciencia norteamericanos, la Estructura se describió como un texto poco original, árido y confuso.
En Europa, Popper y su grupo reconocieron no obstante de inmediato su importancia. Pero estaban comprometidos en una batalla ideológica propia, en defensa de su versión de racionalidad de la ciencia
Kuhn y Popper
Así, el grupo de Popper organizó, en julio de l965, el Coloquio Internacional en la Filosofía de la Ciencia –respaldado por un amplio rango de instituciones entre las que se contaban la Sociedad Británica para la Filosofía de la Ciencia, la Escuela Londinense de Economía (London School of Economics, LSE) y la Unión Internacional de Historia y Filosofía de la Ciencia – con la intención de socavar a Kuhn.
El propósito del Coloquio era poner a Kuhn contra el poder y la crítica de los filósofos británicos.
Entre otras cosas, se presentaron 23 posibles significados de la noción de paradigma, uno de los conceptos centrales de Kuhn.
Popper discute en el coloquio que exista una diferencia radical entre ciencia normal y ciencia extraordinaria. Discute incluso la definición misma que hace kuhn de ciencia normal. Un científico que hiciera ‘ciencia normal’ tal como la define Kuhn sería un enemigo de la ciencia y la civilización Ningún científico importante ha hecho ciencia normal, dice Popper.
Los argumentos de Popper son sin duda consistentes, pero lo que tendrá más consecuencias para el futuro es que el debate se lleva un terreno distinto de la lógica y el método, se lleva al terreno de la actividad de los científicos.
Con este giro, al hablar de ciencia, lo fundamental es ocuparse de los comportamientos de los científicos y de las implicaciones sociales de una investigación. Si eso es así, entonces desde las ciencias sociales se tiene algo que decir sobre la ciencia.
Llegados a este punto, Sardar mantiene que dos textos, además del de Kuhn, contribuyeron a llevar las cosas a ese terreno: Silent Spring de Rachel Carson, de 1965; y el libro de Ravetz, Conocimiento Científico y sus Problemas Sociales, de 1971.
El caso es que los sociólogos se tomaron en serio el asunto de que desde las ciencias sociales se podía y se debía decir algo sobre la ciencia, y en un unos años estuvieron preparados para combatir con los científicos naturales.
Durante casi un par de décadas se fue acumulando munición para la guerra de la ciencias de los noventa.
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Fue en esta atmósfera de Guerra Fría en la que Kuhn escribió La Estructura de las Revoluciones Científicas.
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Thomas Kuhn y las Guerras de la Ciencia
Ziauddin Sardar
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La situación en Harvard
Conant y Kuhn
Harvard estaba metida en una ideología particular. Cambridge, era el centro de los científicos que creaban la Gran Ciencia y habían trabajado en el Proyecto Manhattan.
El presidente de Harvard, James Bryant Conant, había sido muy activo en traer el modelo ‘industrial’ alemán a la academia estadounidense después de la Primera Guerra Mundial. Conant también fue el administrador de la bomba atómica estadounidense, mediador entre el Congreso y el equipo de Los Álamos, y fue la persona que convenció al presidente Truman de que lanzar la bomba atómica sobre Hiroshima era ‘inevitable’.
Conant se convirtió en el mentor de Kuhn y el responsable de convencerlo para que enseñara en el programa de Educación General en Ciencia, donde moldeó la tesis de Estructura que dedicó a Conant
Al terminar su Ph.D., Kuhn permaneció en Harvard (como Junior Fellow) pero se retiró cuando el cargo en Historia de la Ciencia se le adjudicó, no a él, sino a un historiador de más trayectoria: I. Bernard Cohen.
(El comité que negó el nombramiento a Kuhn en Harvard en 1956 lo consideraba como protegido de Conant, quien ya había dejado la presidencia de Harvard para convertirse en el primer embajador norteamericano en Alemania Occidental).
Pero Kuhn finalmente, regresó a Cambridge, esta vez al (MIT) InstitutoTecnológico de Massachusetts.
Sus primeras investigaciones se enfocaron sobre la historia de la termodinámica y su primer libro, La Revolución Copernicana, de 1957, con prefacio de Conant, es un estudio del desarrollo del heliocentrismo durante el Renacimiento.
En 1962, Kuhn presenta la Estructura de las Revoluciones Científicas, que pasa por ser uno de libros clave del siglo XX.
En este texto, la investigación científica aparece como un producto de una interacción compleja entre la comunidad investigadora, su tradición autorizada y su entorno. En ningún momento de todo el proceso de investigación, la ‘razón’ y la ‘lógica’ son los únicos criterios para el avance del conocimiento científico y, por lo tanto, la ciencia tiene un componente social insoslayable.
Kuhn no tenía sin embargo un contacto estrecho con la filosofía de la ciencia, especialmente con la que se estaba haciendo en Europa, con Popper como personaje destacado. Seguía perteneciendo al entorno de Harvard y el MIT.
De hecho, en los círculos de historia y filosofía de la ciencia norteamericanos, la Estructura se describió como un texto poco original, árido y confuso.
En Europa, Popper y su grupo reconocieron no obstante de inmediato su importancia. Pero estaban comprometidos en una batalla ideológica propia, en defensa de su versión de racionalidad de la ciencia
Kuhn y Popper
Así, el grupo de Popper organizó, en julio de l965, el Coloquio Internacional en la Filosofía de la Ciencia –respaldado por un amplio rango de instituciones entre las que se contaban la Sociedad Británica para la Filosofía de la Ciencia, la Escuela Londinense de Economía (London School of Economics, LSE) y la Unión Internacional de Historia y Filosofía de la Ciencia – con la intención de socavar a Kuhn.
El propósito del Coloquio era poner a Kuhn contra el poder y la crítica de los filósofos británicos.
Entre otras cosas, se presentaron 23 posibles significados de la noción de paradigma, uno de los conceptos centrales de Kuhn.
Popper discute en el coloquio que exista una diferencia radical entre ciencia normal y ciencia extraordinaria. Discute incluso la definición misma que hace kuhn de ciencia normal. Un científico que hiciera ‘ciencia normal’ tal como la define Kuhn sería un enemigo de la ciencia y la civilización Ningún científico importante ha hecho ciencia normal, dice Popper.
Los argumentos de Popper son sin duda consistentes, pero lo que tendrá más consecuencias para el futuro es que el debate se lleva un terreno distinto de la lógica y el método, se lleva al terreno de la actividad de los científicos.
Con este giro, al hablar de ciencia, lo fundamental es ocuparse de los comportamientos de los científicos y de las implicaciones sociales de una investigación. Si eso es así, entonces desde las ciencias sociales se tiene algo que decir sobre la ciencia.
Llegados a este punto, Sardar mantiene que dos textos, además del de Kuhn, contribuyeron a llevar las cosas a ese terreno: Silent Spring de Rachel Carson, de 1965; y el libro de Ravetz, Conocimiento Científico y sus Problemas Sociales, de 1971.
El caso es que los sociólogos se tomaron en serio el asunto de que desde las ciencias sociales se podía y se debía decir algo sobre la ciencia, y en un unos años estuvieron preparados para combatir con los científicos naturales.
Durante casi un par de décadas se fue acumulando munición para la guerra de la ciencias de los noventa.
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