Los modelos climáticos desarrollan en forma de algoritmo, es decir,
mediante procedimientos mecánicos constituidos por un número finito de
pasos, teorías físicas que han sido sometidas a rigurosas revisiones
entre colegas (peer review). La utilización de estos modelos
presenta, no obstante, bastantes complicaciones.
Los informes del IPCC derivan sus resultados y conclusiones a partir de más
de veinte modelos climáticos distintos. Están basados, no en único
modelo, sino en un conjunto de modelos (multi-model ensemble).
GREGOR BETZ[1] publicó
en agosto de 2009 un artículo[2] en
el que aborda el problema de la infradeterminación en los modelos climáticos.
Argumenta que las soluciones que se proponen, aunque pueden ser
útiles en la solución de algún otro problema científico, no son aplicables al
caso de la climatología.
No es posible, dice, realizar una justificación deductiva de los modelos
sólo a partir de las teorías bien asentadas disponibles, solución inductivista. Ni
tampoco suponer que una teoría es válida mientras no se
muestre lo contrario con ejemplos o argumentos, solución falsacionista. Ni lo uno ni lo otro resuelven,
a su juicio, el problema de la infradeterminación de los modelos climáticos.
La deducción lógica de teorías científicas ha logrado grandes éxitos, como
la teoría de la relatividad, por ejemplo, pero aunque la climatología puede
resultar conceptualmente más sencilla, la ciencia del clima lleva involucradas
cientos de elecciones a cada paso, elecciones para las que no existen
principios guía bien definidos.
El resultado es la convivencia de una pluralidad de modelos que no son
consistentes entre sí, lo cual implica que los enunciados que resultan de ellos
han de ser considerados como posiblemente ciertos, pero sin
que pueda asignárseles un grado de probabilidad. Los resultados de un modelo no
son más probables que los de otro, son igual de buenos o igual de malos.
¿Qué estrategias pueden seguirse para superar estas dificultades?
En principio, puede emplearse la lógica modal, es decir, la
lógica que trata con lo probable y lo posible en vez de con los verdadero y
falso. Esto nos da dos herramientas: el inductivismo modal y el falsacionismo
modal.
GREGOR BETZ considera que el inductivismo modal y el falsacionismo modal
son dos alternativas metodológicas más sofisticadas que el inductivismo o el
falsacionismo clásicos, pero que tampoco resuelven, a su juicio, el problema de
la infradeterminación de los modelos climáticos.
El inductivismo modal es la metodología con la que se han
confeccionado los informes del IPCC.
Lo que BETZ dice es que el inductivismo modal contradice el principio
de precaución.
El principio de precaución ha sido asumido por la Convención
Marco de las Naciones Unidas (UNFCCC), en el párrafo 1 del
artículo 3, en los siguientes términos:
[…]Cuando existan amenazas de daños serios o irreversibles, la falta de
certeza científica no debe utilizarse como motivo para posponer dichas medidas,
puesto que las políticas para enfrentarse con el cambio climático han de
valorarse en términos de beneficios globales a los menores costes posibles […].
De acuerdo con el inductivismo modal habría que tomar
medidas sólo cuando exista suficiente certeza científica, mientras que de
acuerdo con el principio de precaución la falta de certeza
científica no debe ser motivo para no tomarlas, luego el inductivismo
modal y el principio de precaución son contradictorios. Es más,
de acuerdo con BETZ, el inductivismo modal es incompatible con
cualquier enfoque normativo en el que a los tomadores de decisiones se les haya
encomendado, como resultado de un referéndum, por ejemplo, seguir alguna norma.
El falsacionismo modal, que es la otra alternativa metodológica
disponible, tiene la virtud, por el contrario, de que no es incompatible con
ningún principio normativo. No sigue necesariamente el principio de
precaución pero tampoco es contradictorio con él. El tratamiento de
los grandes riesgos sigue en la agenda a menos que sea descartado sobre la base
de sólidos argumentos científicos.
Ahora bien, el falsacionismo modal ha de ser utilizado adecuadamente, dice
BETZ.
Lo que necesitamos saber para descartar una decisión es si un cierto
resultado es incompatible con las teorías acreditadas, no si es posible que
sea incompatible.
¿Significa esto que los modelos matemáticos no tienen ninguna
utilidad para tomar decisiones sobre el cambio climático?
Aún en opinión de BETZ, los modelos tienen, en primer lugar, una
función heurística. Sirven de guía para generar los escenarios posibles.
Cualquier escenario imaginable no es un escenario posible, sólo lo son aquellos
que se asientan sobre la base científica que constituyen los modelos. En
segundo lugar, pueden hacerse análisis centrados en modelos más consistentes,
aunque estos sólo desarrollen aspectos cualitativos y conceptuales de los
problemas, pero que se estén científicamente acreditados. Se trata con ello de
fijar los órdenes de magnitud de algunos procesos básicos[4].
Un escenario que contradijera los grandes números obtenidos a partir de
estos modelos, sería incompatible con las partes más básicas de nuestro
conocimiento sobre el clima terrestre, y por lo tanto no debería considerarse.
El problema remanente es hasta qué punto estos modelos son suficientemente
consistentes, y si nuestro conocimiento no es tan débil que ni siquiera sirve
para falsar nuestras más vastas especulaciones.
El IPCC es, desde luego, más optimista que BETZ con respecto
de los modelos climáticos que se están utilizando ¿Con qué argumentos?
[1] Universidad de Stutgart
[2] Betz (2009): “Underdetemination, model ensambles and surprises: on
the epistemology of scerario-analysis in climatology”
[4] Por ejemplo, El
diagrama del balance energético de la atmósfera terrestre considera,
por un lado, las entradas provenientes de la radiación solar y la
radiación que procede de la superficie terrestre; por otro lado, las
salidas hacia el espacio exterior y la absorción de la superficie terrestre. En
este esquema se consideran los grandes números de las magnitudes implicadas,
como por ejemplo la radiación solar que se cuantifica en 342 w/m2, o la
radiación reflejada por las nubes que se cuantifica en 77 w/m2.
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