martes, 17 de diciembre de 2019

LOS SOFISTAS DE ATENAS SIN SIMPLIFICACIONES

Atenas, siglo V ANE.  Una multitud de grandes nombres y obras deslumbrantes: «el siglo de Pericles». Después de su papel en las guerras médicas, Atenas es la ciudad más poderosa de Grecia.  Su marina le asegura el dominio del mar y está a la cabeza de un verdadero imperio marítimo. 

En el último tercio del siglo la guerra del Peloponeso entre Atenas y Esparta. Durante la guerra, una guerra larga, Sófocles y Eurípides escribieron sus tragedias y Aristófanes produjo sus comedias. 

Sócrates frecuentaba las calles de la ciudad, discutiendo con jóvenes aristócratas y descubriéndoles ideas nuevas que hoy conocemos por dos de sus discípulos: Platón y Jenofonte. 

Toda esta actividad intelectual se prolongó hasta el final del siglo. La derrota ateniense puso fin a la guerra en el año 404. Por entonces hacía veinticinco años que Pericles había muerto y, poco después, morirían Sófocles y Eurípides.

Sócrates sería condenado a muerte en el año 399 y Tucídides, el autor de una historia audazmante lúcida de la guerra del Peloponeso, desaparecería alrededor de esa misma fecha.
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 Los grandes sofistas en la Atenas de Pericles 

JACQUELINE DE ROMILLY de la Academia Francesa

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Este siglo y este contexto es también el de los sofistas, de lo que tenemos muy pocos textos, apenas una veintena de folios, y cuya referencia principal es Platón, que los presenta siempre para ser refutados por Sócrates.

Aun en la visión transmitida por Platón queda claro que los sofistas fueron grandes maestros, la pregunta es si fueron malos maestros.

Dice Romilly:

"...se les ha acusado de todo: de haber deteriorado la moral,
de haber rechazado todas las verdades, de haber sembrado
la mala fe, de haber soliviantado las ambiciones, de haber
perdido a Atenas. Platón tuvo su papel en este movimiento
de protesta; pero no fue el único. Y el resultado fue que este
bello título que habían adquirido al llamarse «sofistas», es
decir, especialistas en sabiduría, se convirtió en seguida, y
así ha continuado hasta nuestro tiempo, en sinónimo de
hombres retorcidos. ¿Por qué? ".

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Resultado de imagen de trasimacoDistinguimos para empezar tres perfiles distintos: el sabio, el filósofo y el sofista.

Ser sabio sugiere un estado en el que se está respecto del saber. El filosofo se presenta más bien como un aspiración paciente que requiere de un recorrido por un camino largo. El sofista, sin embargo, es un profesional.

El listado de los grandes sofistas es el siguiente:

Protágoras, que venía de Ábdera, en el Norte, lindando con Tracia; Gorgias, que venía de Sicilia; Pródico, que procedía de la pequeña isla de Keos; Hipias, que venía de Elis, en el Peloponeso; Trasímaco, que procedía de Calcedonia, en Asia Menor.


El sofista es un profesional de éxito, que cobra por enseñar, en algunos casos, sumas importantes.

¿Qué enseñan?: hablar en público y defender sus ideas con argumentos ante la asamblea o ante un tribunal. Habilidades fundamentales en una ciudad en la que las decisiones importantes se toman en la asamblea.

Ninguno de los grandes sofistas es originario de Atenas, pero todos ellos confluyen en Atenas. Eso significa que el impulso de las nuevas ideas está por todo el territorio griego, pero el catalizador de su éxito es la Atenas de Pericles.

Las razones de la convergencia intelectual en Atenas son varias: primero el poder, obtenido tras la victoria en las guerras médicas. En este caso. po
der va unido a riqueza, y la riqueza se traduce en lujo y belleza, que son en definitiva un polo de atracción. Por otra  parte, Atenas encarna la libertad política, sobre todo después de las reformas del 460, cuando Pericles accede al poder. En realidad, la victoria en la guerra y las reformas democráticas tienen un denominador común: la flota, formada por marineros del pueblo, que se sienten  y son protagonistas de la hegemonía de Atenas. 

(Los remeros de la flota no parecen tener un protagonismo en el arranque de la democracia en tiempos de Clístenes, pero sí en su consolidación, después de que Temístocles ponga a la flota en el centro de la estrategia durante la guerra contra los persas). 
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Añade Romilly:

"Atenas era una democracia directa: todos podían esperar,

si sabían expresarse, hacerse un nombre y adquirir
influencia. Quienquiera que tuviese la posibilidad de ser
escuchado debía cultivar sus talentos a toda costa: de este
modo podría intervenir en la asamblea o defender una causa
ante un tribunal. En cuanto a los demás, se entrenaban
para comprender, criticar, apreciar: ya que al final podrían
votar, también ellos, sobre las cuestiones de política o sobre
las causas jurídicas. Saber debatir o juzgar era esencial
para el ciudadano de una urbe semejante. Y aún lo era más
para los jóvenes dotados, capaces de tomar parte en las
luchas políticas".

Para cultivar esos talentos, para saber debatir o juzgar, es para lo que era sumamente útil el profesor sofista.

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Lo que enseñan los sofistas es sin duda una novedad, puesto que no había en Atenas nada parecido a un enseñanza superior universitaria. A los niños se les enseñaba educación física, música y gramática; y con eso ya estaba todo lo necesario. 
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Que la enseñanza continúe más allá de la niñez es nuevo, pero es todavía más novedoso, revolucionario, el para qué de la esa educación. Les resulta a  muchos desconcertante que en vez de la gimnasia que prepara para la guerra, se eduque en habilidades intelectuales que preparan para la política: ¡¿argumentar con la palabra en vez de usar el argumento de la fuerza?¡

Hay ahí, sin duda, una tensión entre lo nuevo y lo tradicional. Aristófanes se burlará de los nuevos jóvenes intelectuales, de cara pálida; y Eurípides hará lo mismo con los deportista de lengua corta. 

Pero hay algo mucho más profundo en la novedad de la propuesta de los sofistas.  La verdadera revolución de los sofistas es
precisamente haber alzado la enseñanza frente a la naturaleza
y contra ella, y haber considerado que el mérito se

aprendía con su contacto. Es una carga de profundidad lanzada contra la aristocracia de sangre, que hereda sus virtudes por nacimiento, por lo cual el aristócrata es grande por su naturaleza. 

El diálogo de Platón el Menón, versa de
principio a fin sobre el mismo problema; las primeras palabras
son: «¿Podrías decirme, Sócrates, si la virtud se
adquiere por medio de la enseñanza, o por el ejercicio, o si
no resulta ni de la enseñanza ni del ejercicio, sino que viene
dada al hombre por la naturaleza, o por alguna otra causa?". 

Sócrates cree con los sofistas que la virtud puede aprenderse. La diferencia es matizada:  no con la celeridad que pretenden los sofistas ni con el fin que persiguen: el éxito, sino para el servicio de lo justo. Qué es lo justo, ese es otro problema. 

Más aun, esta controversia trasciende los límites de Atenas. Durante la guerra del Peloponeso, entre Atenas y Esparta, Tucídides presenta la guerra dominada por la oposición entre dos normas de excelencia y dos formas de valor: los atenienses representan el valor lúcido, nacido de la experiencia y de una técnica razonada; el de los lacedemonios se basa en la valentía innata y en la tradición: el valor de lo nuevo contra el valor de lo de siempre. No es extraño que el punto más alto de la sofistica se produzca durante la guerra, alrededor del año  424. Y que perdida la guerra se cuestione todo lo que pudo hacer que se perdiera.  


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Si lo anterior trata del para qué: enseñar para el éxito superando las carencias naturales si la hubiera; falta ahora decir el qué. 

El qué de la retórica. 

La retórica de los sofistas Suministraba
marcos, ejemplos de argumentos, tipos de razonamientos,
lugares comunes; ofrecía modelos y esquemas. 

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Los sofistas más grandes: Gorgias y Protágoras

Gorgias dejará un marca en los estilos de la retórica: las «figuras a lo Gorgias».
Intentó recalcar efectos como la antítesis mediante toda clase de procedimientos: las asonancias finales, o rimas, la igualdad del numero de silabas, el empleo de términos paralelos, ya sea en su formación, ya en su sonoridad, ya en su valor métrico... Una prosa tan trabajada da, tanto como la poesía, la impresión de que ni una sílaba se ha dejado al
azar.

"Con su muerte, el pesar que inspiran no
está muerto: inmortal, sobrevive en seres no inmortales,
mientras ellos no sobreviven".

La magia de la palabra para jugar con las pasiones. Para alentarlas o para calmarlas. Esto ya presagia bastantes características alarmantes. Las pasiones son peligrosas, y este juego con las opiniones supone un desprecio de lo verdadero y lo justo. El más alarmado es Sócrates.

Protágoras sentará las bases dialécticas de toda argumentación.

Pero más importante, se ocupa del tema de la verdad.

Es autor de un tratado titulado La verdad. En el principio de este tratado declara: 

«El hombre es la medida de todas las cosas: para las que son, medida de su
ser; para las que no son, medida de su no ser» : no hay verdad fuera de la sensación y de la opinión, nuestras apreciaciones son subjetivas y relativas; sólo valen para nosotros".

Declaraciones revolucionarias: después de siglos religiosos, después de las filosofías del cosmos, inauguraban un relativismo total que no dejaba subsistir nada trascendente o asegurado.

¿Pero hasta qué punto este relativismo deja las cosas en suspenso?

En las piezas oratorias del teatro, o en la investigación histórica de Tucidides, 

"los pares de discursos, los «lógoi
opuestos», y el arte de fortalecer el argumento débil, es
decir, los dos elementos del programa de Protágoras, se
convierten en un medio de investigación y evaluación que
permite delimitar de la manera más objetiva posible una
verdad de elementos complejos que a partir de entonces se
tornan inteligibles". 

En cierto modo, el programa de Protágoras y la mayéutica dialógica de Sócrates no están finalmente tan alejadas. 

La diferencia puede estar en que en el programa de Protágoras permite, o a veces exige, si así conviene, tomar partido desde el principio y defender lo que el llama el argumento más débil. En el caso de Sócrates no hay en principio un prejuicio y se está a lo que resulte de la argumentación. que suele no ser finalmente concluyente.

Es esta falta de conclusión, la falta del cierre de la definición, cuyos límites quedan finalmente borrosos, de lo que se ocupará Platón prácticamente durante toda su vida, buscando una objetividad inatacable en un elemento objetivo externo, separado, no subjetivo: las ideas. 


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