Los nacionalismos reivindican pasados que legitiman su realidad nacional. Eso es un tópico ahora, pero no es en ningún caso un tópico reciente.
En España hubo un relato filosemítico y un relato filohelenista que contaron cada uno de ellos versiones distintas de cómo fueron los acontecimientos en pasados tan lejanos como los tiempos anteriores al dominio romano de la península ibérica. Relatos alternativos en los que indígenas autóctonos, colonizadores fenicios, colonizadores griegos e invasores celtas van jugando distintos papeles según que se les asigne la función de héroes o de villanos.
No es por casualidad que estas atribuciones vayan por rachas, en las que no es difícil identificar las filiaciones de la comunidad científica de cada momento, de tal modo que el paradigma dominante, la corriente científica principal, se inserta en un estado de cosas fácilmente reconocible.
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Paradigmas historicistas de la civilización occidental. Los fenicios en las costas mediterráneas de Andalucia.
Oswaldo Arteaga
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La historia prerromana de los territorios de la península ibérica puede interpretarse dede el nacionalismos centralista o desde los nacionalismos anticentralistas. Así, puede verse un pueblo prerromano hispánico con valores comunes: entusiasmo por su independencia y ansia por un vivo culto religioso (Calvo y Cabré); o bien puede verse un mosaico poliétnico formado por íberos, celtíberos, tartesios,..; de los que catalanes, aragoneses y andaluces serian herederos (Bosch Gimpera).
En España, en los años cuarenta, después de la guerra civil y con la influencia pangermánica todavía viva, se pone el acento en las colonizaciones griegas interpretadas como invasiones indoeuropeas. La excavaciones en Ampurias dan pie a la evocación de un prestigioso pasado legitimador del régimen. Los obras de Garcia Bellido son exponentes, por otro lado magistrales, de estos puntos de vista.
En ese orden de cosas, se relativiza la influencia fenicio-púnica que se ve como bloqueadora, como interferencia y pantalla opaca que impide que la luces griegas lleguen a iluminar esta parte del Mediterráneo. Que el rey Argantonio de Tartesos sea amigo y aliado de los griegos focenses no es irrelevante en este contexto; como no lo es que arqueológicamente se pudiese descubrir una opulenta Tartesos.
Precisamente los hallazgos arqueológicos son los que van a inducir en los años sesenta una revolución en las investigaciones. la intención primera era encontrar Mainake, y con ello la huella de los griegos en el sur de la península; sin embargo, por el contrario, lo que se halló fue la innegable presencia de una colonización fenicia.
Pero más importante aun que los resultados son la innovaciones metodológicas de ese periodo. En la investigación histórica de la antigüedad se reproduce la contienda general de la guerra de las ciencias entre positivismo e historicismo, es decir la contienda entre aquellos que defienden la objetividad de los datos obtenidos en el trabajo de campo, y aquellos que defiende la especulación a partir de las fuentes. En los años sesenta los positivistas ganan terreno. En los setenta son el paradigma dominante.
Pero estos años son suficientes para ver que los datos por sí solos no aportan información sobre una visión general de las culturas del pasado, sino solamente apuntes muy parciales que en definitiva se limitan a estratificar los hallazgos en función de los restos encontrados; básicamente, cerámica, monedas y huesos.
En los años ochenta se desarrollan, para superar este defecto, teorías que den cuenta de los procesos sociales involucrados y que den explicaciones lógicas sobre las transiciones de unos estratos a otros.
Ahora bien, eso se hace en general desde las teorías económicas marxistas, lo que significa que no salimos del positivismo en tanto que estas teorías teorías parten de una realidad económica objetiva. Si bien es cierto que la teoría marxista postula la existencia de una ideología, como sistema de creencias que responde a unos intereses de clase, es sin embargo precisamente la teoría marxista la que como ciencia objetiva rompe el velo ideológico que enmarcara la realidad para descubrir la verdad objetiva que nos es otra que la estructura económica determinada por las relaciones de producción. el sujeto del conocimiento se coloca ante el objeto, la estructura económica, en actitud claramente positivista.
No obstante, había ya en los ochenta otras teorías disponibles: la arqueoecología de la escuela de Cambridge, que pone el acento en la relación del hombre con el medio; y la geo-arqueología de la escuela de Chicago, centrados en la adaptación y transformación del medio. Lo que introducen estas teorías es el beneficio de la multidisciplinariedad, objetiva, y por lo tanto también positivista.
Que la arqueología tradicional, la arqueoecología y la geoarqueología sean enfoques positivistas, en los que no entran en principio las distintas percepciones de los sujetos (los fenómenos) o sus intenciones; no significa que los resultados no sean sumamente interesantes, salvo que se les considere la forma más refinada de investigación histórica. Qué es entonces lo no positivista sin caer en la mera especulación: la hermeneutica.
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La pesca con vigía
Para interpretar las fuentes antiguas no basta con atender a al literalidad de los textos, ni a las evidencias arqueológicas, hay que colocarse en la actitud de comprender las percepciones de aquellos que escribieron los textos y sobre todo de los protagonistas de los hechos que se narran.
Sólo así, empiezan a tomar significado la toponimias antiguas, colocándose, por ejemplo, en el modo en que los navegantes antiguos percibían la costa.
Viene muy al caso la interpretación sobre el topónimo hemeroscopeion.
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HEMEROSKOPEION=THYNNOSKOPEION. EL FINAL DE UN PROBLEMA HISTÓRICO MAL ENFOCADO
Francisco Javier Fernández Nieto
Universidad de Valencia
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Resulta paradójico, dice Fernández Nieto, que la reflexión histórica no sepa en muchos casos distinguir las cosas evidentes y se refugie con frecuencia en dificultades y contradicciones, que suelen derivarse de la pobreza de los conocimientos precisos sobre un determinado problema y de la renuencia a seguir el camino más simple, que es casi siempre el más seguro y verdadero. La explicación más sencilla tiene mayor probabilidad de acierto: una serie de topónimos ligados a la presencia de griegos en Occidente, de la que forman parte Salauris, Lebedontia, Cipsela y Hemeroscopeion, no representan ningún tipo de asentamientos o colonias, sino que se trata de nombres descriptivos de circunstancias navales y de accidentes topográficos relacionados con el mar y el comercio; y que tales denominaciones, por aparecer expresamente indicadas en los rudimentarios mapas de navegación y de registro de la configuración costera, se tomaron por verdaderas colonias.
La pregunta correcta que desde el principio debería haberse formulado desde el s. XIX, era la siguiente: “atalaya, ¿de quién?, ¿para qué?, ¿con qué fin?”. Y habiendo eliminado, por altamente inverosímil, la posibilidad de que nos encontrásemos ante un puesto de vigilancia para prevenir los ataques desde el mar (de enemigos, de piratas), no se hacía demasiado complicado reparar en el difundido y organizado sistema de aprovechamiento de puntos idóneos para la detección de los bancos migratorios de peces, lugares cuya nomenclatura contiene siempre, en solitario o formando un compuesto, el vocablo skopei`on.
¿Cómo se capturaban los cardúmenes de atún entre los siglo VI y II a. de C.?
Existen testimonios antiguos (Claudio Eliano, Filóstrato, Opiano) de cómo se hacía en el mar Negro, que no podía ser muy diferente a cómo se hacía en el Mediterráneo occidental .
"las gentes que habitan toda esta región conocen a la perfección la fecha de la llegada de los atunes y, efectivamente, éstos llegan en el momento del año que saben esas gentes, y para entonces están preparados para atacarlos muchos instrumentos: naves, redes y una alta atalaya. Pues bien, esta atalaya, fijada en un lugar elevado de la costa, se levanta en un calvero que permite una buena visión en derredor por estar totalmente libre de obstáculos.
Se fijan en el suelo dos altos troncos de abeto unidos entre sí con anchos tablones, que están pegados unos a otros de forma compacta y que son excelentes para que el vigía suba y se plante allá arriba. Las barcas tienen cada una a cada costado seis remeros jóvenes, que reman con gran vigor. Las redes son muy largas, no demasiado fofas ni retenidas por los corchos, sino más bien lastradas con plomo. Y resulta que las bandadas de estos peces nadan compactas al interior de este mar. Cuando empieza a relucir la primavera y los vientos traen ya brisas suaves y la atmósfera ambiente está radiante y como sonriente y las olas se hallan paralizadas y el mar tranquilo, el vigía, al ver a los atunes gracias a una habilidad inexplicable y a una condición de su vista que le hace ver con la mayor agudeza, dice a los pescadores de qué parte vienen, y también les hace saber si deben extender las redes hacia la costa. Y si deben extenderlas más adentro da, como un general, el santo y seña, o, como un corifeo, el tono. ¡Y ya podrá decir montones de veces la cifra exacta de cada bandada de atunes que llega, que no se equivocará ni una sola vez en el número! Y los siguientes hechos, ¡qué maravilla! Cuando el tropel de atunes se lanza a mar abierto, el que está al cuidado de la vigilancia y que tiene un conocimiento preciso de los citados peces, lanzando gritos agudos, les dice que los persigan allá y que remen derecho al mar abierto. Y los pescadores atando a uno de los dos troncos de abeto que sostienen al vigía una soga muy larga prendida a las redes, reman en las barcas que van en fila unas detrás de otras y pegando entre sí, porque, como es de comprender, la red se reparte también entre todas y cada una de ellas. La barca que va la primera suelta su porción de red y se retira; luego hace la misma operación la segunda y la tercera, y es ahora cuando la cuarta debe soltar su porción, mientras los que mueven a remo la quinta esperan todavía y los que van detrás de ésta no tienen que soltar aún su porción. A continuación reman alternativamente unos detrás de otros, llevan su porción de red y, tras esta operación, se quedan quietos. Y claro está, los atunes, como son retraídos e incapaces de llevar a cabo un rápido golpe de audacia, se quedan quietos y sin rebullir al verse acorralados. Y los remeros capturan, como si se tratara de una ciudad tomada, como diría el poeta, la población de los peces....".
Hemeroskopeion no es sino la atalaya para el vigía.
A partir de una época (en torno al cambio del siglo V al IV) todos los sistemas de captura utilizando atalayas se habrían extendido por el Mediterráneo y serían comunes a semitas y griegos, gracias a los viajes y a los contactos comerciales, aun cuando estos últimos dominaban con mayor pericia esta ciencia.
Que hubo un grupo de pescadores griegos en el promontorio de Denia me parece hallarse fuera de discusión, no tanto porque mantuviese el nombre de hemeroskopeion –pues los visitantes griegos podrían haber registrado esta denominación, sin darse la circunstancia de que ellos mismos trabajasen allí, sólo porque conocían la función que desempeñaba– cuanto por la noticia de Estrabón (Artemidoro) que le otorga filiación masaliota. Massalia se dedicaba a la captura y explotación del atún en la desembocadura del Ródano, de manera que no resulta insólito que, en un momento dado (¿siglos V/IV a. C.?), llegasen desde Massalia tanto un grupo de especialistas en la preparación de almadrabas como, desde luego, algunos profesionales en la explotación de los recursos obtenidos (fabricantes de salazones, comerciantes exportadores de las conservas), tal vez todos ellos asociados, que establecerían buenas relaciones con la poblaciones más cercanas.
El origen étnico de los habitantes tuvo que ser múltiple: situándonos a partir del siglo IV a. C., habría griegos para organizar la pesca y dirigir la factoría y las operaciones mercantiles –una parte de ellos no serían sino empleados y agentes de los ricos comerciantes que, teniendo casa de negocios en los grandes puertos (Sagunto, Ampurias, Massalia), traficarían con las conservas–; habría también semitas de las ciudades fenicias del sur de la Península o de Cartago, los cuales colaborarían tanto en tareas de pesca y conservación del pescado como en las operaciones comerciales (incluso como asociados de los griegos); habría por último algunos indígenas empleados como obreros en los arrastres.
Si el lugar estuvo tan indisociablemente ligado a la figura de Ártemis, pues Estrabón (Artemidoro) registra que la colina llevaba asimismo el nombre de Artemision, lo fue evidentemente porque la diosa recibía allí veneración. Su doble condición de observatorio y de lugar consagrado puede ser consecuencia de que la tarea del vigía no está lejos de representar un ritual secreto y religioso –ya vimos que posee una “sabiduría oculta”–, y de que éste es capaz de interpretar como un profeta o adivino. las señales que desde el mar remite la divinidad en forma de bancos. Creo que dentro de la religiosidad de los pescadores del atún en almadrabas habría que incluir los sacrificios de peces a Ártemis, e imagino que cada vez que el vigía subía a la atalaya/santuario, imbuido de respeto y misticismo (cuando no de tabúes y supersticiones), llevaría a cabo una ofrenda o una súplica a la diosa.
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En España, en los años cuarenta, después de la guerra civil y con la influencia pangermánica todavía viva, se pone el acento en las colonizaciones griegas interpretadas como invasiones indoeuropeas. La excavaciones en Ampurias dan pie a la evocación de un prestigioso pasado legitimador del régimen. Los obras de Garcia Bellido son exponentes, por otro lado magistrales, de estos puntos de vista.
En ese orden de cosas, se relativiza la influencia fenicio-púnica que se ve como bloqueadora, como interferencia y pantalla opaca que impide que la luces griegas lleguen a iluminar esta parte del Mediterráneo. Que el rey Argantonio de Tartesos sea amigo y aliado de los griegos focenses no es irrelevante en este contexto; como no lo es que arqueológicamente se pudiese descubrir una opulenta Tartesos.
Precisamente los hallazgos arqueológicos son los que van a inducir en los años sesenta una revolución en las investigaciones. la intención primera era encontrar Mainake, y con ello la huella de los griegos en el sur de la península; sin embargo, por el contrario, lo que se halló fue la innegable presencia de una colonización fenicia.
Pero más importante aun que los resultados son la innovaciones metodológicas de ese periodo. En la investigación histórica de la antigüedad se reproduce la contienda general de la guerra de las ciencias entre positivismo e historicismo, es decir la contienda entre aquellos que defienden la objetividad de los datos obtenidos en el trabajo de campo, y aquellos que defiende la especulación a partir de las fuentes. En los años sesenta los positivistas ganan terreno. En los setenta son el paradigma dominante.
Pero estos años son suficientes para ver que los datos por sí solos no aportan información sobre una visión general de las culturas del pasado, sino solamente apuntes muy parciales que en definitiva se limitan a estratificar los hallazgos en función de los restos encontrados; básicamente, cerámica, monedas y huesos.
En los años ochenta se desarrollan, para superar este defecto, teorías que den cuenta de los procesos sociales involucrados y que den explicaciones lógicas sobre las transiciones de unos estratos a otros.
Ahora bien, eso se hace en general desde las teorías económicas marxistas, lo que significa que no salimos del positivismo en tanto que estas teorías teorías parten de una realidad económica objetiva. Si bien es cierto que la teoría marxista postula la existencia de una ideología, como sistema de creencias que responde a unos intereses de clase, es sin embargo precisamente la teoría marxista la que como ciencia objetiva rompe el velo ideológico que enmarcara la realidad para descubrir la verdad objetiva que nos es otra que la estructura económica determinada por las relaciones de producción. el sujeto del conocimiento se coloca ante el objeto, la estructura económica, en actitud claramente positivista.
No obstante, había ya en los ochenta otras teorías disponibles: la arqueoecología de la escuela de Cambridge, que pone el acento en la relación del hombre con el medio; y la geo-arqueología de la escuela de Chicago, centrados en la adaptación y transformación del medio. Lo que introducen estas teorías es el beneficio de la multidisciplinariedad, objetiva, y por lo tanto también positivista.
Que la arqueología tradicional, la arqueoecología y la geoarqueología sean enfoques positivistas, en los que no entran en principio las distintas percepciones de los sujetos (los fenómenos) o sus intenciones; no significa que los resultados no sean sumamente interesantes, salvo que se les considere la forma más refinada de investigación histórica. Qué es entonces lo no positivista sin caer en la mera especulación: la hermeneutica.
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La pesca con vigía
Para interpretar las fuentes antiguas no basta con atender a al literalidad de los textos, ni a las evidencias arqueológicas, hay que colocarse en la actitud de comprender las percepciones de aquellos que escribieron los textos y sobre todo de los protagonistas de los hechos que se narran.
Sólo así, empiezan a tomar significado la toponimias antiguas, colocándose, por ejemplo, en el modo en que los navegantes antiguos percibían la costa.
Viene muy al caso la interpretación sobre el topónimo hemeroscopeion.
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HEMEROSKOPEION=THYNNOSKOPEION. EL FINAL DE UN PROBLEMA HISTÓRICO MAL ENFOCADO
Francisco Javier Fernández Nieto
Universidad de Valencia
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Resulta paradójico, dice Fernández Nieto, que la reflexión histórica no sepa en muchos casos distinguir las cosas evidentes y se refugie con frecuencia en dificultades y contradicciones, que suelen derivarse de la pobreza de los conocimientos precisos sobre un determinado problema y de la renuencia a seguir el camino más simple, que es casi siempre el más seguro y verdadero. La explicación más sencilla tiene mayor probabilidad de acierto: una serie de topónimos ligados a la presencia de griegos en Occidente, de la que forman parte Salauris, Lebedontia, Cipsela y Hemeroscopeion, no representan ningún tipo de asentamientos o colonias, sino que se trata de nombres descriptivos de circunstancias navales y de accidentes topográficos relacionados con el mar y el comercio; y que tales denominaciones, por aparecer expresamente indicadas en los rudimentarios mapas de navegación y de registro de la configuración costera, se tomaron por verdaderas colonias.
La pregunta correcta que desde el principio debería haberse formulado desde el s. XIX, era la siguiente: “atalaya, ¿de quién?, ¿para qué?, ¿con qué fin?”. Y habiendo eliminado, por altamente inverosímil, la posibilidad de que nos encontrásemos ante un puesto de vigilancia para prevenir los ataques desde el mar (de enemigos, de piratas), no se hacía demasiado complicado reparar en el difundido y organizado sistema de aprovechamiento de puntos idóneos para la detección de los bancos migratorios de peces, lugares cuya nomenclatura contiene siempre, en solitario o formando un compuesto, el vocablo skopei`on.
¿Cómo se capturaban los cardúmenes de atún entre los siglo VI y II a. de C.?
Existen testimonios antiguos (Claudio Eliano, Filóstrato, Opiano) de cómo se hacía en el mar Negro, que no podía ser muy diferente a cómo se hacía en el Mediterráneo occidental .
"las gentes que habitan toda esta región conocen a la perfección la fecha de la llegada de los atunes y, efectivamente, éstos llegan en el momento del año que saben esas gentes, y para entonces están preparados para atacarlos muchos instrumentos: naves, redes y una alta atalaya. Pues bien, esta atalaya, fijada en un lugar elevado de la costa, se levanta en un calvero que permite una buena visión en derredor por estar totalmente libre de obstáculos.
Se fijan en el suelo dos altos troncos de abeto unidos entre sí con anchos tablones, que están pegados unos a otros de forma compacta y que son excelentes para que el vigía suba y se plante allá arriba. Las barcas tienen cada una a cada costado seis remeros jóvenes, que reman con gran vigor. Las redes son muy largas, no demasiado fofas ni retenidas por los corchos, sino más bien lastradas con plomo. Y resulta que las bandadas de estos peces nadan compactas al interior de este mar. Cuando empieza a relucir la primavera y los vientos traen ya brisas suaves y la atmósfera ambiente está radiante y como sonriente y las olas se hallan paralizadas y el mar tranquilo, el vigía, al ver a los atunes gracias a una habilidad inexplicable y a una condición de su vista que le hace ver con la mayor agudeza, dice a los pescadores de qué parte vienen, y también les hace saber si deben extender las redes hacia la costa. Y si deben extenderlas más adentro da, como un general, el santo y seña, o, como un corifeo, el tono. ¡Y ya podrá decir montones de veces la cifra exacta de cada bandada de atunes que llega, que no se equivocará ni una sola vez en el número! Y los siguientes hechos, ¡qué maravilla! Cuando el tropel de atunes se lanza a mar abierto, el que está al cuidado de la vigilancia y que tiene un conocimiento preciso de los citados peces, lanzando gritos agudos, les dice que los persigan allá y que remen derecho al mar abierto. Y los pescadores atando a uno de los dos troncos de abeto que sostienen al vigía una soga muy larga prendida a las redes, reman en las barcas que van en fila unas detrás de otras y pegando entre sí, porque, como es de comprender, la red se reparte también entre todas y cada una de ellas. La barca que va la primera suelta su porción de red y se retira; luego hace la misma operación la segunda y la tercera, y es ahora cuando la cuarta debe soltar su porción, mientras los que mueven a remo la quinta esperan todavía y los que van detrás de ésta no tienen que soltar aún su porción. A continuación reman alternativamente unos detrás de otros, llevan su porción de red y, tras esta operación, se quedan quietos. Y claro está, los atunes, como son retraídos e incapaces de llevar a cabo un rápido golpe de audacia, se quedan quietos y sin rebullir al verse acorralados. Y los remeros capturan, como si se tratara de una ciudad tomada, como diría el poeta, la población de los peces....".
Hemeroskopeion no es sino la atalaya para el vigía.
A partir de una época (en torno al cambio del siglo V al IV) todos los sistemas de captura utilizando atalayas se habrían extendido por el Mediterráneo y serían comunes a semitas y griegos, gracias a los viajes y a los contactos comerciales, aun cuando estos últimos dominaban con mayor pericia esta ciencia.
Que hubo un grupo de pescadores griegos en el promontorio de Denia me parece hallarse fuera de discusión, no tanto porque mantuviese el nombre de hemeroskopeion –pues los visitantes griegos podrían haber registrado esta denominación, sin darse la circunstancia de que ellos mismos trabajasen allí, sólo porque conocían la función que desempeñaba– cuanto por la noticia de Estrabón (Artemidoro) que le otorga filiación masaliota. Massalia se dedicaba a la captura y explotación del atún en la desembocadura del Ródano, de manera que no resulta insólito que, en un momento dado (¿siglos V/IV a. C.?), llegasen desde Massalia tanto un grupo de especialistas en la preparación de almadrabas como, desde luego, algunos profesionales en la explotación de los recursos obtenidos (fabricantes de salazones, comerciantes exportadores de las conservas), tal vez todos ellos asociados, que establecerían buenas relaciones con la poblaciones más cercanas.
El origen étnico de los habitantes tuvo que ser múltiple: situándonos a partir del siglo IV a. C., habría griegos para organizar la pesca y dirigir la factoría y las operaciones mercantiles –una parte de ellos no serían sino empleados y agentes de los ricos comerciantes que, teniendo casa de negocios en los grandes puertos (Sagunto, Ampurias, Massalia), traficarían con las conservas–; habría también semitas de las ciudades fenicias del sur de la Península o de Cartago, los cuales colaborarían tanto en tareas de pesca y conservación del pescado como en las operaciones comerciales (incluso como asociados de los griegos); habría por último algunos indígenas empleados como obreros en los arrastres.
Si el lugar estuvo tan indisociablemente ligado a la figura de Ártemis, pues Estrabón (Artemidoro) registra que la colina llevaba asimismo el nombre de Artemision, lo fue evidentemente porque la diosa recibía allí veneración. Su doble condición de observatorio y de lugar consagrado puede ser consecuencia de que la tarea del vigía no está lejos de representar un ritual secreto y religioso –ya vimos que posee una “sabiduría oculta”–, y de que éste es capaz de interpretar como un profeta o adivino. las señales que desde el mar remite la divinidad en forma de bancos. Creo que dentro de la religiosidad de los pescadores del atún en almadrabas habría que incluir los sacrificios de peces a Ártemis, e imagino que cada vez que el vigía subía a la atalaya/santuario, imbuido de respeto y misticismo (cuando no de tabúes y supersticiones), llevaría a cabo una ofrenda o una súplica a la diosa.
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