La guerra del Peloponeso había sido una guerra total, una guerra distinta a las agonísticas del pasado en las que se respetaban unas reglas: las treguas, el verano y el invierno, enterrar a los muertos.
Después de ésta, lo que vino fue peor: una nueva manera de hacer la guerra. Los griegos ya
no vacilan en transgredir las "viejas" leyes no escritas, porque todos
los medios son buenos para llegar a su objetivo de lograr la hegemonía. Ahora el medio principal, quizá el único, de ejercer presión sobre una
polis es económico. Durante la guerra agonística, se trataba del pillaje
del territorio; con la guerra total, se van a amplificar estos
medios. No sólo se va a devastar el territorio, sino también se va a intentar poner
muy difícil la vida económica dentro de la ciudad. La guerra es pues total porque implica a todo el territorio, incluido el urbano.
La guerra
total obliga también a la aparición de
ejércitos más o menos permanentes que dan la posibilidad de
implantar en el territorio un sistema defensivo poderoso, sin el cual la estrategia nueva no podría existir. Es el cambio de estrategia el que implica la presencia de mercenarios
en los ejércitos, cada día más numerosos a lo largo del siglo IV, y no
es la presencia de mercenarios la que implica la estrategia nueva.
Demóstenes se quejará de que el mercenario ha sustituido al soldado-ciudadano: "No diez mil ni veinte mil mercenarios ni las tropas esas epistolares - no me vengáis con eso...".
Demóstenes se quejará de que el mercenario ha sustituido al soldado-ciudadano: "No diez mil ni veinte mil mercenarios ni las tropas esas epistolares - no me vengáis con eso...".
El caso es que ahora los mercenarios están disponibles en gran cantidad. Lo están porque la guerra del Peloponeso ha dejado a muchos ciudadanos sin recursos. Que haya muchos mercenarios hace posible más guerras. A su vez, más guerras demandan más mercenarios, en un circulo vicioso. Además, la extensión del periodo bélico que ya no sólo es el verano, hace incompatible los deberes de ciudadano con la campañas.
La experiencia y la estricta disciplina son ahora las cualidades de base del combatiente, que sólo puede adquirir dentro de un ejército profesional, y que son las útiles para dar golpes por sorpresa a la ciudades.
Estos asaltos son el punto final de situaciones de coacción económica.
Lógicamente ante el peligro de ser asaltadas, las ciudades se fortifican, no sólo pasivamente sino activamente, aumentando su capacidad de contraataque.
En el fondo, el gran cambio es el de hacer la guerra para defender una frontera de una ciudad, a hacer la guerra para conseguir la hegemonía.
Hay un paso de hoplita ciudadano que defiende la ciudad al peltasta profesional que lucha por la hegemonía al mando de un jefe que es bastante autónomo con respecto al gobierno de la ciudad. Demóstenes se queja mucho de sus actuaciones: "Cada uno (de los jefes mercenarios), por consiguiente, va tras de lo que le interesa". Dentro de poco, el éxito guerrero será la fuente del poder político. Los jefes mercenarios del siglo IV son los precursores de los Diádocos.
Realmente, conseguir la hegemonía es incompatible con la superviviencia de las polis. Sólo la Monarquía macedónica podrá hacerlo.
La guerra del Peloponeso es una grave ruptura en el arte de combatir en Grecia durante la época clásica. Al final, sólo los macedonios sabrán adaptarse a ella para someter a su hegemonía todo el mundo griego tras la batalla de Queronea en el 338 a.C.
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LA GUERRA TOTAL EN LA GRECIA CLASICA (431-338)
Eric Popowicz
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En ese tiempo, el anterior a Queronea y el inmediato posterior, en Atenas dos partidos: uno promacedonio, liderado por Esquines, otro antimacedonio, liderado por Demóstenes.
Un año después de la derrota en Queronea, el Senado dispone una tercera corona, esta vez de oro, para Demóstenes, «por su abnegación en los mayores servicios al pueblo ateniense». Esquines, ante la asamblea del pueblo, se opone vehementemente y denuncia como ilegal el decreto que había presentado el Senador Ctesifonte.
Habla Esquines. La clepsidra marcará un poco más de 3 horas de un discurso considerado por analistas, entre otros Cicerón, como extraordinario en sus argumentos y de una arrebatadora elocuencia. Esquines tenía grandes ventajas; la principal: que el antimacedonismo de Demóstenes fracasó, no frenó a Filipo, quien al final sometió a Atenas. Los promacedonios, como Esquines, sentían que el tiempo les había dado la razón. Demóstenes era el fracasado al cual ilegalmente y también inmerecidamente se pretendía coronar.
Concluye Esquines señalando el peligro de coronar a Demóstenes. La asamblea de Grecia está abatida por culpa de un orador causante de todos nuestros males; rechazad a este hombre funesto, azote de Grecia, pirata cuyas expediciones oratorias devastaron a la República. Si lo coronáis seréis cómplices de los que, como él, rompieron la paz, castigadlo y honraréis a nuestra patria.
La ovación a Esquines dura varios minutos.
La réplica de Demóstenes es admirable por su fuerza, por la solidez de sus acusaciones o interpelaciones directas a Esquines, por la extraordinaria elocuencia que despliega, por la inmensa cantidad de datos, fechas, narración de hechos y análisis de situaciones políticas y militares muy complejas y también por lo que deja sin tratar. Pero es más admirable aún por su artificiosa y genial estructura. Las partes y los argumentos están de tal manera dispuestos e interpuestos que persuaden, convencen y provocan adhesión.
El auditorio estaba anímicamente elevado; el orador había tocado fibras de patriotismo, de orgullo y de respeto por los héroes griegos y por sus instituciones. Demóstenes, dentro de ese ambiente colectivo creado por su palabra, y tras lograr que la audiencia perdiera el respeto por su oponente, responde a todas las acusaciones.
Dice Plutarco, en la biografía que hace de Demóstenes, que Esquines no logró ni la quinta parte de los votos. Una casi total mayoría concedió la corona de oro a Demóstenes; y hay que subrayar que en ese momento sus enemigos manejaban la situación de Atenas con el respaldo y apoyo de los invasores. Esquines es condenado a pagar 1.000 dracmas de multa. Derrotado y abatido se exilia en Éfeso y después, con apoyo Macedonio, establece una academia de oratoria en Rodas.
Demóstenes, años más tarde, es encarcelado. Había muerto Alejandro en Babilonia y su sucesor Antípatro recrudece la persecución de los opositores, exige la entrega de los cabecillas antimacedonios. Demóstenes se refugia en el templo de Poseidón en la isla de Calauria. Allí lo alcanzan sus perseguidores y él se suicida en 322, a los 62 años de edad, con el veneno que tenía escondido en su estilo.
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LA PALABRA PERSUASIVA.CENTROS DE INTERÉS DE LA RETÓRICA DE ARISTÓTELES
Quintín Racionero
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En el año 335 a.C., al acceder Alejandro al trono, Aristóteles volvió a Atenas y fundó su propia escuela: el Liceo.
Si se atiende a la militancia política de DEMÓSTENES y a la posición en que se encontraría ARISTÓTELES como antiguo preceptor de Alejandro en una Atenas dominada por la pasión antimacedonia: elementales razones de prudencia pueden explicar el que ARISTÓTELES evitase cualquier mención de DEMÓSTENES, susceptible, como ya había ocurrido veinte años antes con ISÓCRATES, de acarrear disputas. Sin embargo, Aristóteles trata en profundidad el tema de la retórica, y aun sin mencionar a Demóstenes, trata cuestiones que no le son en absoluto ajenas.
En su etapa de estancia en la Academia platónica, ARISTÓTELES había concebido la retórica en el marco de la crítica al inmoralismo sofista y prohíbe, en consecuencia, el uso de todos los argumentos que se hacen con vistas a convencer, de cualquier modo que sea, a quien ha de juzgar. Las argucias basadas en la exhibición por parte del orador de un talante moralmente bueno o la sustitución de los razonamientos por la excitación de las pasiones del auditorio son condenadas enérgicamente o, a lo sumo, sólo admitidas para hacer más digeribles ante auditorios incultos las argumentaciones lógicas. Toda la persuasión ha de fundarse, pues, según este modelo, en la presentación de los «hechos» (prágma) y en el uso de aquellos razonamientos (lógoi) que pueden obtenerse a partir de enunciados o inferencias generales que, por su parte derivan de tópoi o lugares comunes de naturaleza dialéctica. La proximidad de este planteamiento a tesis platónicas bien precisas y su conexión con temas que ARISTÓTELES desarrolla en Tópicos permite asegurar que todas las partes o secciones de la Retórica en que tal modelo es reconocible pertenecen a una redacción temprana, que seguramente se ha de relacionar con el célebre y enigmático Curso de retórica del periodo académico.
Pero a éste le sigue un segundo modelo de persuasión (concebido posiblemente en los primeros años del Liceo, a la vuelta de la preceptura de Alejandro). El problema es en este modelo el de la modificación de las conductas, lo cual implica un más detallado examen de los elementos emocionales de la persuasión. Los enunciados que connotan tales elementos, o sea, los que expresan los caracteres y las pasiones, son considerados ahora por ARISTÓTELES como susceptibles de proporcionar premisas al razonamiento, en el mismo plano que los que se refieren al prágma o asunto de los discursos. Esto obliga a sustituir la concepción original respecto de la necesidad de valerse exclusivamente de enunciados generales y, a la inversa, introduce en la retórica abundantes catálogos de enunciados particulares, susceptibles de enseñanza, de los que el orador puede hacer uso, con sólo recordarlos, bajo cualesquiera circunstancia como materia de sus argumentaciones. Esto quiere decir que ARISTÓTELES concibe tales enunciados particulares ellos mismos como lugares comunes, por lo que no siente que haya ninguna contradicción entre el primero y el segundo de sus planteamientos y puede sobreponerlos meramente: con ambas técnicas, en efecto, no hace sino proporcionar términos medios a los razonamientos de que haya de servirse el retórico. Pero la disposición de esos catálogos de enunciados le permite, en cambio, reorganizar la retórica conforme a los cánones de toda argumentación, es decir, le permite construir inducciones y silogismos específicamente retóricos, lo que implica una reordenación de los argumentos persuasivos según el modelo de los Analíticos.
el problema que se plantea es si la retórica tiene más de arte de decir que de modo de argumentar o viceversa. En el primer caso la retórica formaría parte de la poética, donde la ha colocado la tradición escolástica; en el segundo caso, formaría parte del órganon de la lógica.
En rigor, dice Quintin Racionero, para hacerse cargo de la posición de ARISTÓTELES hay que partir de las consideraciones platónicas en torno a la retórica y, simultáneamente, de las consecuencias que para el Estagirita tuvo la «crisis de la dialéctica».
Los requisitos que con respecto a la retórica PLATÓN había señalado en el Fedro se resumían en dos: ante todo, que sólo son verdaderos discursos los discursos que son verdaderos; y, después, que tal objetivo únicamente puede cumplirse cuando los discursos remiten a un plano adecuado de referencia ontológica, es decir, no a las opiniones o a las realidades sensibles, sino a las Ideas o Formas. Ahora bien, el cumplimiento de estos requisitos implicaba que todos los discursos dependiesen de un órganon o «discurso de los discursos», que pudiese establecer la conexión del lenguaje con los objetos esenciales comprendidos en él. Y tal órganon era la dialéctica, en cuanto que, mediante divisiones y composiciones de conceptos, permitía demostrar la validez de las definiciones y de los procesos deductivos empleados en los discursos. Desde este punto de vista, los únicos «discursos verdaderos» posibles eran los discursos científicos; y la retórica no podía ser entonces nada distinto de la dialéctica misma, puesto que, no siendo una ciencia particular y, al contrario, pretendiendo ella también ser un órganon o «discurso de todos los discursos», había de cumplir las mismas exigencias que la dialéctica y en nada podía diferenciarse de ésta.
Una vez que Aristóteles de despega de Platón, sin el apoyo de la referencia a las Ideas, la transformación de la dialéctica incluye, no la suspensión de la retórica, sino, al contrario, su pleno desarrollo y constitución autónoma.
Para poder argumentar bien lo que hay que tener claras son las definiciones que se manejan. Ahora bien, perdida la referencia de las ideas, estamos en un plano lingüístico, un plano de creencias sociales en las que el significado de la definición se produce siempre en el orden de lo que se dice.
Sin embargo, ARISTÓTELES cree poder conservar todavía algún tipo de criterio semántico (de relación entre lenguaje y realidad) puesto que, a su vez, el cuerpo de creencias sociales refiere mediatamente al orden de la realidad sobre el que aquellas creencias se sostienen. De ahí que las opiniones que «comparten todos o, al menos, la mayoría o, si no, los más sabios» resulten ser más dignas de crédito que sus contrarias, por cuanto su mayor o más cualificada aceptación es signo de una mayor integración en el sentido de la unidad de su significado. Las opiniones más plausibles, más sujetas al acuerdo social, son, desde este punto de vista, también las más probables ontológicamente. Y, de este modo, la dialéctica puede superar el mero arte de la controversia entre pareceres (en que se halla instalada la erística) para situarse en el marco de un cálculo de probabilidades, susceptible de asignar a cada proposición la cuota de verdad que le corresponde.
La dialéctica puede probar la mayor credibilidad de una tesis por el procedimiento de confrontarla con el sistema de opiniones comunes, lo que en definitiva quiere decir, por la constatación de la identidad de sus usos en el contexto de los lugares lógicos de la opinión común.
Como la mayor credibilidad de una tesis no impide la posibilidad de su contradicción, el problema de determinar mediante razonamientos dialécticos que ella es más probablemente verdadera halla su réplica en el problema de persuadir al oponente mediante argumentos de convicción objetivados en el discurso. O dicho de otro modo: supuesta la no necesidad absoluta de las tesis del dialéctico, al análisis de las condiciones que hacen posible su verificación relativa debe seguir el análisis de las condiciones que hace posible su comunicación. Pues bien, este último análisis es el que desarrolla la retórica.
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La experiencia y la estricta disciplina son ahora las cualidades de base del combatiente, que sólo puede adquirir dentro de un ejército profesional, y que son las útiles para dar golpes por sorpresa a la ciudades.
Estos asaltos son el punto final de situaciones de coacción económica.
Lógicamente ante el peligro de ser asaltadas, las ciudades se fortifican, no sólo pasivamente sino activamente, aumentando su capacidad de contraataque.
En el fondo, el gran cambio es el de hacer la guerra para defender una frontera de una ciudad, a hacer la guerra para conseguir la hegemonía.
Hay un paso de hoplita ciudadano que defiende la ciudad al peltasta profesional que lucha por la hegemonía al mando de un jefe que es bastante autónomo con respecto al gobierno de la ciudad. Demóstenes se queja mucho de sus actuaciones: "Cada uno (de los jefes mercenarios), por consiguiente, va tras de lo que le interesa". Dentro de poco, el éxito guerrero será la fuente del poder político. Los jefes mercenarios del siglo IV son los precursores de los Diádocos.
Realmente, conseguir la hegemonía es incompatible con la superviviencia de las polis. Sólo la Monarquía macedónica podrá hacerlo.
La guerra del Peloponeso es una grave ruptura en el arte de combatir en Grecia durante la época clásica. Al final, sólo los macedonios sabrán adaptarse a ella para someter a su hegemonía todo el mundo griego tras la batalla de Queronea en el 338 a.C.
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LA GUERRA TOTAL EN LA GRECIA CLASICA (431-338)
Eric Popowicz
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En ese tiempo, el anterior a Queronea y el inmediato posterior, en Atenas dos partidos: uno promacedonio, liderado por Esquines, otro antimacedonio, liderado por Demóstenes.
Un año después de la derrota en Queronea, el Senado dispone una tercera corona, esta vez de oro, para Demóstenes, «por su abnegación en los mayores servicios al pueblo ateniense». Esquines, ante la asamblea del pueblo, se opone vehementemente y denuncia como ilegal el decreto que había presentado el Senador Ctesifonte.
Habla Esquines. La clepsidra marcará un poco más de 3 horas de un discurso considerado por analistas, entre otros Cicerón, como extraordinario en sus argumentos y de una arrebatadora elocuencia. Esquines tenía grandes ventajas; la principal: que el antimacedonismo de Demóstenes fracasó, no frenó a Filipo, quien al final sometió a Atenas. Los promacedonios, como Esquines, sentían que el tiempo les había dado la razón. Demóstenes era el fracasado al cual ilegalmente y también inmerecidamente se pretendía coronar.
Concluye Esquines señalando el peligro de coronar a Demóstenes. La asamblea de Grecia está abatida por culpa de un orador causante de todos nuestros males; rechazad a este hombre funesto, azote de Grecia, pirata cuyas expediciones oratorias devastaron a la República. Si lo coronáis seréis cómplices de los que, como él, rompieron la paz, castigadlo y honraréis a nuestra patria.
La ovación a Esquines dura varios minutos.
La réplica de Demóstenes es admirable por su fuerza, por la solidez de sus acusaciones o interpelaciones directas a Esquines, por la extraordinaria elocuencia que despliega, por la inmensa cantidad de datos, fechas, narración de hechos y análisis de situaciones políticas y militares muy complejas y también por lo que deja sin tratar. Pero es más admirable aún por su artificiosa y genial estructura. Las partes y los argumentos están de tal manera dispuestos e interpuestos que persuaden, convencen y provocan adhesión.
El auditorio estaba anímicamente elevado; el orador había tocado fibras de patriotismo, de orgullo y de respeto por los héroes griegos y por sus instituciones. Demóstenes, dentro de ese ambiente colectivo creado por su palabra, y tras lograr que la audiencia perdiera el respeto por su oponente, responde a todas las acusaciones.
Dice Plutarco, en la biografía que hace de Demóstenes, que Esquines no logró ni la quinta parte de los votos. Una casi total mayoría concedió la corona de oro a Demóstenes; y hay que subrayar que en ese momento sus enemigos manejaban la situación de Atenas con el respaldo y apoyo de los invasores. Esquines es condenado a pagar 1.000 dracmas de multa. Derrotado y abatido se exilia en Éfeso y después, con apoyo Macedonio, establece una academia de oratoria en Rodas.
Demóstenes, años más tarde, es encarcelado. Había muerto Alejandro en Babilonia y su sucesor Antípatro recrudece la persecución de los opositores, exige la entrega de los cabecillas antimacedonios. Demóstenes se refugia en el templo de Poseidón en la isla de Calauria. Allí lo alcanzan sus perseguidores y él se suicida en 322, a los 62 años de edad, con el veneno que tenía escondido en su estilo.
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LA PALABRA PERSUASIVA.CENTROS DE INTERÉS DE LA RETÓRICA DE ARISTÓTELES
Quintín Racionero
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En el año 335 a.C., al acceder Alejandro al trono, Aristóteles volvió a Atenas y fundó su propia escuela: el Liceo.
Si se atiende a la militancia política de DEMÓSTENES y a la posición en que se encontraría ARISTÓTELES como antiguo preceptor de Alejandro en una Atenas dominada por la pasión antimacedonia: elementales razones de prudencia pueden explicar el que ARISTÓTELES evitase cualquier mención de DEMÓSTENES, susceptible, como ya había ocurrido veinte años antes con ISÓCRATES, de acarrear disputas. Sin embargo, Aristóteles trata en profundidad el tema de la retórica, y aun sin mencionar a Demóstenes, trata cuestiones que no le son en absoluto ajenas.
En su etapa de estancia en la Academia platónica, ARISTÓTELES había concebido la retórica en el marco de la crítica al inmoralismo sofista y prohíbe, en consecuencia, el uso de todos los argumentos que se hacen con vistas a convencer, de cualquier modo que sea, a quien ha de juzgar. Las argucias basadas en la exhibición por parte del orador de un talante moralmente bueno o la sustitución de los razonamientos por la excitación de las pasiones del auditorio son condenadas enérgicamente o, a lo sumo, sólo admitidas para hacer más digeribles ante auditorios incultos las argumentaciones lógicas. Toda la persuasión ha de fundarse, pues, según este modelo, en la presentación de los «hechos» (prágma) y en el uso de aquellos razonamientos (lógoi) que pueden obtenerse a partir de enunciados o inferencias generales que, por su parte derivan de tópoi o lugares comunes de naturaleza dialéctica. La proximidad de este planteamiento a tesis platónicas bien precisas y su conexión con temas que ARISTÓTELES desarrolla en Tópicos permite asegurar que todas las partes o secciones de la Retórica en que tal modelo es reconocible pertenecen a una redacción temprana, que seguramente se ha de relacionar con el célebre y enigmático Curso de retórica del periodo académico.
Pero a éste le sigue un segundo modelo de persuasión (concebido posiblemente en los primeros años del Liceo, a la vuelta de la preceptura de Alejandro). El problema es en este modelo el de la modificación de las conductas, lo cual implica un más detallado examen de los elementos emocionales de la persuasión. Los enunciados que connotan tales elementos, o sea, los que expresan los caracteres y las pasiones, son considerados ahora por ARISTÓTELES como susceptibles de proporcionar premisas al razonamiento, en el mismo plano que los que se refieren al prágma o asunto de los discursos. Esto obliga a sustituir la concepción original respecto de la necesidad de valerse exclusivamente de enunciados generales y, a la inversa, introduce en la retórica abundantes catálogos de enunciados particulares, susceptibles de enseñanza, de los que el orador puede hacer uso, con sólo recordarlos, bajo cualesquiera circunstancia como materia de sus argumentaciones. Esto quiere decir que ARISTÓTELES concibe tales enunciados particulares ellos mismos como lugares comunes, por lo que no siente que haya ninguna contradicción entre el primero y el segundo de sus planteamientos y puede sobreponerlos meramente: con ambas técnicas, en efecto, no hace sino proporcionar términos medios a los razonamientos de que haya de servirse el retórico. Pero la disposición de esos catálogos de enunciados le permite, en cambio, reorganizar la retórica conforme a los cánones de toda argumentación, es decir, le permite construir inducciones y silogismos específicamente retóricos, lo que implica una reordenación de los argumentos persuasivos según el modelo de los Analíticos.
el problema que se plantea es si la retórica tiene más de arte de decir que de modo de argumentar o viceversa. En el primer caso la retórica formaría parte de la poética, donde la ha colocado la tradición escolástica; en el segundo caso, formaría parte del órganon de la lógica.
En rigor, dice Quintin Racionero, para hacerse cargo de la posición de ARISTÓTELES hay que partir de las consideraciones platónicas en torno a la retórica y, simultáneamente, de las consecuencias que para el Estagirita tuvo la «crisis de la dialéctica».
Los requisitos que con respecto a la retórica PLATÓN había señalado en el Fedro se resumían en dos: ante todo, que sólo son verdaderos discursos los discursos que son verdaderos; y, después, que tal objetivo únicamente puede cumplirse cuando los discursos remiten a un plano adecuado de referencia ontológica, es decir, no a las opiniones o a las realidades sensibles, sino a las Ideas o Formas. Ahora bien, el cumplimiento de estos requisitos implicaba que todos los discursos dependiesen de un órganon o «discurso de los discursos», que pudiese establecer la conexión del lenguaje con los objetos esenciales comprendidos en él. Y tal órganon era la dialéctica, en cuanto que, mediante divisiones y composiciones de conceptos, permitía demostrar la validez de las definiciones y de los procesos deductivos empleados en los discursos. Desde este punto de vista, los únicos «discursos verdaderos» posibles eran los discursos científicos; y la retórica no podía ser entonces nada distinto de la dialéctica misma, puesto que, no siendo una ciencia particular y, al contrario, pretendiendo ella también ser un órganon o «discurso de todos los discursos», había de cumplir las mismas exigencias que la dialéctica y en nada podía diferenciarse de ésta.
Una vez que Aristóteles de despega de Platón, sin el apoyo de la referencia a las Ideas, la transformación de la dialéctica incluye, no la suspensión de la retórica, sino, al contrario, su pleno desarrollo y constitución autónoma.
Para poder argumentar bien lo que hay que tener claras son las definiciones que se manejan. Ahora bien, perdida la referencia de las ideas, estamos en un plano lingüístico, un plano de creencias sociales en las que el significado de la definición se produce siempre en el orden de lo que se dice.
Sin embargo, ARISTÓTELES cree poder conservar todavía algún tipo de criterio semántico (de relación entre lenguaje y realidad) puesto que, a su vez, el cuerpo de creencias sociales refiere mediatamente al orden de la realidad sobre el que aquellas creencias se sostienen. De ahí que las opiniones que «comparten todos o, al menos, la mayoría o, si no, los más sabios» resulten ser más dignas de crédito que sus contrarias, por cuanto su mayor o más cualificada aceptación es signo de una mayor integración en el sentido de la unidad de su significado. Las opiniones más plausibles, más sujetas al acuerdo social, son, desde este punto de vista, también las más probables ontológicamente. Y, de este modo, la dialéctica puede superar el mero arte de la controversia entre pareceres (en que se halla instalada la erística) para situarse en el marco de un cálculo de probabilidades, susceptible de asignar a cada proposición la cuota de verdad que le corresponde.
La dialéctica puede probar la mayor credibilidad de una tesis por el procedimiento de confrontarla con el sistema de opiniones comunes, lo que en definitiva quiere decir, por la constatación de la identidad de sus usos en el contexto de los lugares lógicos de la opinión común.
Como la mayor credibilidad de una tesis no impide la posibilidad de su contradicción, el problema de determinar mediante razonamientos dialécticos que ella es más probablemente verdadera halla su réplica en el problema de persuadir al oponente mediante argumentos de convicción objetivados en el discurso. O dicho de otro modo: supuesta la no necesidad absoluta de las tesis del dialéctico, al análisis de las condiciones que hacen posible su verificación relativa debe seguir el análisis de las condiciones que hace posible su comunicación. Pues bien, este último análisis es el que desarrolla la retórica.
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