Cuando se pregunta por qué se fija el origen de la historia de la filosofía en el punto en que lo hacen los manuales, esto es, con Tales y los milesios y con Pitágoras de Samos; se da a veces una respuesta sencilla pero convincente: el inicio queda puesto en ese momento porque es a partir de entonces cuando hay una continuidad en la actividad, esto es, ya existe a partir de ese tiempo una traza de autores, que vistos por Aristóteles y por Teofrasto, dos siglos después, forman un línea que puede seguirse sin interrupción.
Fijar el origen en ese punto, da pie a que se considere todo lo anterior como una especie de nebulosa de la que no hace falta ocuparse. Tiende a pensarse que el tiempo anterior es un tiempo cerrado y oscuro. Por si fuera poco, a esa época anterior se le ha llamado habitualmente la Edad Oscura.
En los manuales, esa época se relaciona con Homero y Hesidodo, con algo que que es todavía poesía, narración, relato, pero no aun filosofía. Desde los tiempos de W. Nestle se habla de eso que había antes como de relatos míticos, como lo opuesto, lo que se opone al discurso racional lógico; y la transición de lo uno a lo otro se resume con la expresión: paso del mito al logos.
Sin entrar aquí en cuánto hay de aceptable y cuánto no en ese planteamiento, lo que si puede hacerse es preguntar cómo eran aquellos tiempos que se han calificado de oscuros.
La Edad Oscura
La Edad Oscura no es obviamente tampoco el principio. En el territorio del Egeo ya había habido toda una historia anterior que se puede abreviar refiriendo sólo el nombre de las dos culturas que se suceden en este ámbito: minoica y micénica; respecto de las cuales la Edad Oscura se ve en principio como un tiempo de decadencia.
A su vez, lo que pasa en el Egeo sólo es el lado mar de acontecimientos que suceden en un ámbito mayor, en tierras continentales que abarcan al menos desde el Eufrates y el Tigris hasta el Nilo, pasando por Asia Menor.
¿Vamos sabiendo en los últimos años más cosas sobre la Edad Oscura?
Los arqueólogos han disfrutado durante el siglo pasado de numerosos hallazgos sorprendentes, casi milagrosos, que ha ido desvelando secretos que antes parecían insondables.
Si hay algo que les gusta a los arqueólogos es encontrarse con textos escritos sobre papiros, piedras o arcilla. Algunos de los episodios más destacados de este tipo de descubrimientos han tenido que ver precisamente con el Asia menor. El misterio de los hititas ha podido ser prácticamente puesto al descubiertos después de que fuera posible interpretar miles de textos escritos en tabletas de arcilla.
No menos importantes son las excavaciones ordinarias, que también han sido afortunadas en este espacio geográfico. Troya es quizás el ejemplo más conocido.
C. Brian, de la Universidad de Pensilvania, que ha trabajado durante muchos años en las excavaciones de Troya, ha relatado algunos de sus descubrimientos más destacados.
¿Qué cosas sucedían en el noreste de Asia menor al final de la Edad del bronce?
Hacia 1264 a. de C., la ciudad-puerto de Mileto, en la costa este de Asia menor, que no estaba bajo el dominio de los hititas, tenía sin embargo la protección del reino seguramente micénico de Ahhiyawan, cuya sede no estaba en Anatolia sino en algún lugar del Egeo o de la costa al otro lado del Egeo, accesible por mar.
En las contiendas entre micénicos e hititas, los troyanos son un tercero en discordia, cuya ubicación geográfica es notablemente estratégica.
En este contexto, la caída del imperio de los hititas cambia el equilibrio de la zona. Su ausencia podría interpretarse a la luz del relato de Homero como la oportunidad de los micénicos para atacar Troya y hacerse con la hegemonía del área, ocupando y colonizando el territorio. Pero los arqueólogos ven procesos mucho más complejos de migración en varias direcciones y con distinto origen.
Pasados unos cientos de años, en la época arcaica, hacia el siglo VII a. de C., cada ciudad necesita crearse una identidad propia que le dé legitimidad para sus propias necesidades de expansión. En ese escenario, el relato de la guerra de Troya podría adquirir sentido legitimando a unos más que a otros por su herencia heroica. Podría ser pues un relato construido bastante después del tiempo en el que se supone sucedieron los hechos con el fin de apoyar el sentimiento de unidad entre los helenos.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------En las contiendas entre micénicos e hititas, los troyanos son un tercero en discordia, cuya ubicación geográfica es notablemente estratégica.
En este contexto, la caída del imperio de los hititas cambia el equilibrio de la zona. Su ausencia podría interpretarse a la luz del relato de Homero como la oportunidad de los micénicos para atacar Troya y hacerse con la hegemonía del área, ocupando y colonizando el territorio. Pero los arqueólogos ven procesos mucho más complejos de migración en varias direcciones y con distinto origen.
Pasados unos cientos de años, en la época arcaica, hacia el siglo VII a. de C., cada ciudad necesita crearse una identidad propia que le dé legitimidad para sus propias necesidades de expansión. En ese escenario, el relato de la guerra de Troya podría adquirir sentido legitimando a unos más que a otros por su herencia heroica. Podría ser pues un relato construido bastante después del tiempo en el que se supone sucedieron los hechos con el fin de apoyar el sentimiento de unidad entre los helenos.
SEPARATING FACT FROM FICTION IN THE AIOLIAN MIGRATION
C. Brian
© The American School of Classical Studies at Athens
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De acuerdo con esta forma de ver las cosas, el relato mítico de Homero no sería sólo el recuento de hazañas de héroes con poderes sobrenaturales, ni siquiera la representación de una ética agonal, sino también un relato racional que tiene la intención de dotar de legitimidad a un proyecto político, en el sentido estricto de un proyecto para la polis.
Así las cosas, el paso del relato mítico al discurso racional se apunta como algo que no tiene fronteras tan nítidas como podría pensarse en una primera aproximación. Se atisba que no hay un solo modo de racionalidad ni un solo modo de presentar una narración mitológica.
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Así las cosas, el paso del relato mítico al discurso racional se apunta como algo que no tiene fronteras tan nítidas como podría pensarse en una primera aproximación. Se atisba que no hay un solo modo de racionalidad ni un solo modo de presentar una narración mitológica.
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