La denominaciones que aparecen tradicionalmente en los manuales de historia de la filosofía referidas a las doctrinas de Platón y Aristóteles, son las de teoría de las ideas y teoría de las formas, respectivamente.
Estas denominaciones pueden dejar oculto, o al menos no queda explícito, que tanto la ideas de Platón como las formas de Aristóteles tienen una continuidad con la búsqueda de definiciones socrática.
Tal como nos lo presenta Platón, Sócrates persigue de forma recurrente una serie de definiciones independientes de todo tiempo y lugar, por ejemplo qué es la justicia.
No le interesa a Sócrates saber qué es justo en Atenas, sino tener una definición que sea válida para cualquier ciudad y que sea permanentemente válida.
En su caso, esta búsqueda es introspectiva, en el sentido de que las definiciones están presentes, aunque de un modo en principio ignorado, en la mente-alma humana. Esa búsqueda se realiza además de un modo dialógico, interviniendo dos o más interlocutores, uno de ellos más avezado, que tiene mucho tino en las preguntas, que van delimitando los contornos, inicialmente borrosos, del concepto que se quiere definir.
Con todo, esa definición conceptual queda en el ámbito de la mente-alma (psique), expresada externamente por medio del lenguaje.
Pues bien, la validez universal, para todos, para todo tiempo y lugar, obtenida por este procedimiento, no le parece suficiente a Platón; ya que esa búsqueda, en última instancia interior, no le da a Platón garantía suficiente de objetividad, pues permanece en el procedimiento un resto de subjetividad.
Por esta razón, Platón tiene que postular que la definición es una idea objetiva, separada de las cosas sensibles, que habita en un mundo aparte: el mundo de las ideas. A ese mundo se tiene acceso precisamente a través del alma, a la que se le añaden ahora los atributos de la mística órfica, asimilada por Platón por intermedio de la escuela pitagórica. A la mayéutica socrática, que hace nacer la definición desde dentro, le sustituye la anamnesis platónica, que permite conocer las ideas separadas, en virtud de la capacidad de reminiscencia del alma.
El recorrido intelectual de Platón es suficientemente largo para que él mismo tome conciencia de algunas dificultades graves que encierra este planteamiento. La mayor de ellas, la desconexión entre el conocimiento de las ideas y de las cosas del mundo sensible, una vez que se ha postulado un abismo entre los dos mundos. Si los conectores son otras ideas, siempre seguirán haciendo falta nuevos conectores para conectar con las cosas, puesto que ideas y cosas pertenecen a mundos completamente distintos: el problema del tercer hombre.
A pesar de ello, Platón no renuncia al postulado de la ideas separadas, puesto que su filosofía política se apoya toda ella sobre el cimiento de la objetividad absoluta de las ideas. Buscará para solventar el asunto un nuevo expediente teórico: el Demiurgo.
Esta concesión a la narrativa mitológica del Demiurgo no es admisible para Aristóteles, que sí puede prescindir del apoyo que proporcionan a la filosofía política, puesto que su fundamento para la ética y la política está en el orden de una retórica pragmática. Ahora bien, lo que sigue necesitando Aristóteles son definiciones objetivas que sirvan de soporte a un conocimiento científico que atienda a lo general y no sólo a lo particular.
Para lograr esto, Aristóteles realiza un gran esfuerzo de precisión terminológica. El término directamente relacionado con la definición es la esencia. La esencia es precisamente aquello que expresa la definición.
La definición ya no es algo presente en el alma, como en Sócrates, ni algo hipostasiado, postulado como real, lo verdaderamente real, trascendente, sino algo inmanente e inmutable. La definición es el enunciado de aquello que permanece en todo cambio: la esencia.
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