viernes, 2 de noviembre de 2018

TERRITORIO Y PODER EN EL MUNDO IBÉRICO. ARQUEOLOGÍA DE LA MENTE. ENFOQUE ESTRUCTURALISTA.

Resultado de imagen de espacio geograficoTerritorio y comportamiento inteligente

La arqueología, como otras muchas disciplinas que nacieron como ciencias sociales, se ha vuelto positivista, esforzada en parecerse a las ciencias naturales, aplicando metodologías que se basan, en la medida de lo posible, el método hipotético-deductivo-nomológico.  

Algunos investigadores están ensayando no obstante nuevos caminos en los que se rehúye la separación siempre forzada entre ciencias sociales y ciencias naturales. La arqueología de la mente o arqueología cognitiva es uno de esos caminos. 

A grandes rasgos, se parte de que la inteligencia  humana recibe, procesa y transmite información. La información recibida y procesada se utiliza para ejercer un comportamiento inteligente que conduce al logro de objetivos e intenciones. El comportamiento inteligente se produce a través de procedimientos efectivos, esto es, a través de un conjunto de operaciones finitas  efectivas. A lo que hay que atender entonces no es sólo al comportamiento que se ve sino también las estructuras de conocimiento y los procesos ocultos tras la conducta observada. Interesa por lo tanto no sólo la conducta observada sino también, y especialmente, los procesos mentales que llevan a esa conducta, partiendo de la base de que el que actúa es un ser inteligente. 

La mente antigua, teoría lingüística y teoría espacial 

Cuando de lo que se trata es de estudiar el pasado remoto, entonces lo que procede es la pregunta: ¿cómo funciona la mente antigua? 
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Un modo no trivial de acercarse a la mente antigua es el enfoque estructuralista que se pone como objetivo la renuncia a ver otras sociedades como proyección del punto de vista de la sociedad occidental que las investiga. 

Para ello, se parte de que cada sociedad, cada cultura, tiene unas categorías cognitivas, un orden de significación estructurado, que le es propio.

Cada individuo está determinado por esa estructura. Es esa estructura, y no las mentes individuales, la que puede se estudiada de un modo objetivo. Lo que se postula, en definitiva, es que existe una relación estructural necesaria entre el control de la realidad y el modo de percibirla, que se corresponde con una cultura. Que, por lo tanto, es propia de una comunidad cultural y no de un individuo particular.

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Ahora bien, si el individuo está determinado por las estructuras cognitivas de la cultura a la que pertenece, la crítica que aparece entonces al enfoque estructuralista es la que señala la pasividad del individuo, que queda como un sujeto pasivo. Lo que hay que explicar entonces es 
cómo se generan y cómo cambian esas estructuras. Si el sujeto individual no pudiera liberarse de la estructura en la está inmerso, no habría manera de que el individuo se colocara en una posición de cambiarla. A no ser que consideremos que hay individuos digamos especiales. Pero dejemos a un lado esa dificultad y veamos a dónde nos puede llevar el enfoque estructuralista. 

Del mismo modo que el estructuralismo en  antropología ha recurrido a la teoría lingüística, también el estructuralismo aplicado al conocimiento de la mente antigua puede recurrir a los conceptos que proceden de esta disciplina: ¿cómo puede la lingüística servir para analizar la relación del hombre antiguo con su medio, con el espacio? 

La respuesta reside en entender la cultura como un sistema de comunicación. La implantación del humano en el espacio es una manifestación cultural y como tal tiene un lenguaje con el que se forman cadenas de símbolos formadas a su vez a partir de un alfabeto mediante una serie de reglas. 

Así las cosas, de la misma manera que una teoría lingüística se ocupa de las propiedades universales de las lenguas, una teoría del espacio se ocupa de las propiedades universales de los lenguajes espaciales.

Análogamente a cómo una gramática generativa estudia la naturaleza y la adquisición del conocimiento lingüístico verbal, puede investigase cómo se adquiere y se usa el conocimiento espacial.

Siguiendo con la analogía, el lenguaje espacial tendrá códigos formados por signos que sirven para transmitir información.

Códigos espaciales arquitectónicos, urbanísticos y del territorio

No hay un único código espacial sino una colección de códigos.

Podemos considerar que el espacio doméstico de la vivienda tiene un código espacial compuesto de signos arquitectónicos. 

Cambiando de escala, podemos considerar que el espacio urbanístico también tiene su código.    

Llegados a este punto lo que está a disposición es un vocabulario que procede de la semiótica, compuesto por una serie de términos que puede ser utilizados técnicamente. 

Tenemos una semántica y una sintaxis, tenemos que los signos tienen un significado y un significante, tenemos asimismo necesidades, funciones relacionadas con ellas y formas que se corresponden con esas funciones. Finalmente distinguimos entre  la denotación y la connotación de los signos de tal modo que hay significados denotados y significados connotados.

Con este vocabulario disponible se puede decir que las formas arquitectónicas ( una pared, un hogar, un mueble) son significantes que denotan una función y connotan un valor social. 

Ejemplo: La pared de una vivienda como signo denota una función primaria de separar físicamente unas estancias, pero connota el valor social de la distancia: las esferas de intimidad y sociabilidad de cada uno de los componentes de una familia, de cada grupo de edad y sexo. A su vez este valor social de las esferas de intimidad connota una cierta manera de pensar las relaciones interpersonales. 

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Esto significa que a partir de la prospección arqueológica de  los restos de una vivienda de un asentamiento íbero, pongamos por caso,  podemos obtener información sobre la forma de pensar de los miembros de esa cultura y sobre algunos aspectos importantes de ella como el tipo de relaciones familiares.



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Viviendas, asentamientos urbanos y territorios

Una vivienda forma parte de un ámbito mayor, el de núcleo urbano al que pertenece. el código espacial de la vivienda está incluido en el código espacial urbanístico.

En una ciudad existen una serie de hitos, nodos, sendas, bordes y barrios, que son todos ellos signos que denotan una función primaria: orientación,que facilita la movilidad de los habitantes. Los hitos indican la ubicación, los nodos son cruces de vías, las sendas son conductos por los que se circula, los bordes separan superficies diversas; los barrios, cuya característica es la homogeneidad,  son referencias dentro del conjunto urbano. Siguiendo el mismo razonamiento que en la vivienda, los signos del código urbanístico connotan un forma de pensar la vida urbana (cuya lectura es sin duda problemática porque introduce un inevitable sesgo por parte del investigador).

Subiendo un escalón más, la ciudad esta insertada en un territorio. Aquí ya no estamos sólo en las construcciones artificiales sino que entramos de lleno en la complejidad del medio natural. 

Debido al carácter fragmentario positivista con el que está organizado el conocimiento científico, complejidad implica que van a ser necesarias muchas disciplinas  para abordar la totalidad de las facetas que el tema presenta. 

Si se adopta también para al territorio el enfoque semiótico, aparecen entonces de nuevo en esta escala significados denotados por sus utilización y connotados por su simbología cultural.
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Si la forma de percibir y actuar sobre el territorio se corresponde con la estructura mental de una cierta cultura, es lógico deducir de ahí que tiene que haber una constancia en la forma de ordenar y articular el territorio durante el ciertos periodos de tiempo, en los que se observan regularidades, y también procesos de desequilibrio y cambio. La búsqueda de factores desequilibrantes, desestructuradores, se convierte así en un tema fundamental. 

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Todo esto nos lleva finalmente a que el espacio puede ser analizado desde el punto de vista de la comunicación, de tal modo que ésta es establece mediante un código de signos cuya comprensión se produce dentro de una cultura.

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Lo que se puede decir, como resultado de la observación empírica de los asentamientos ibéricos, por ejemplo, es que la vivienda tiende a mantener la misma forma durante periodos de tiempo muy prolongados, sólo cambios de mucha envergadura producen reestructuraciones notables. En este caso, sólo con  la dominación romana se dan cambios importantes.

Del mismo modo que la forma de la vivienda puede decir mucho sobre la vida familiar, subiendo de escala, la forma del poblado puede decir mucho sobre la vida colectiva de sus habitantes. La muralla, la existencia de una calle o plaza central, la no presencia de viviendas singulares, que los únicos edificios colectivos sean hornos o graneros, todos ellos son signos interpretables.

Resultado de imagen de valle fluvial rio ebro tortosaVolviendo a subir otro nivel, el territorio contiene signos denotadores de orientación que responden a expectativas y hábitos adquiridos culturalmente. Existen direcciones  y lugares que ayudan a los que habitan en ellos a encontrar un sitio donde afirmarse.

la red de senderos une lugares icónicos, condicionada por la topografía pero revelando también las posibilidades de movimiento en un terreno conocido.
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Para ver el tema en extenso:

Estructuración y uso sociocultural del espacio en el mundo ibérico del valle del Ebro (tesis doctoral).

Pilar Iguácel de la Cruz

U. de la Rioja

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EL río como signo del código espacial territorial

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Un río es sin duda un signo destacado. Evidentemente denota funciones primarias de necesidad de agua para la vida, pero connota además separación y unificación. Separa superficies que a la vez están unidas por las dos riberas. Es vía de comunicación principal entre los espacios existentes río arriba y río abajo. Un valle fluvial es un interior con respecto del exterior que queda fuera, y por lo tanto configura un espacio para habitar. Existe una clara conciencia de pertenecer a un valle y no a otro. 

Cuando el río se aproxima al mar la orientación de la línea de costa marca también unas lineas de comunicación paralelas a ella, que tiende a ser perpendiculares a la lineas de penetración en el valle fluvial. Aparece entonces un retícula cuyas intersecciones se convierte nodos y en puntos preferentes para el asentamiento. 
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Un valle fluvial tiene lugares destacados. La confluencia de dos ríos, por ejemplo, puede asociarse con un lugar sagrado. 

Desde el punto de vista de los recursos económicos, los asentamientos de un  valle puede funcionar de un modo integrado de tal forma que es posible una especialización en alguno de los distintos sectores: agricultura, ganadería, pesca, minería.

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Un código espacial puede verse modificado. Aunque para ello hacen falta importantes fuerzas desequilibrantes. En el caso del mundo ibérico, la aparición de elementos foráneos fenicios (entre el 900 y 600 ANE) cambia un modelo de gran movilidad vinculada con la trashumancia por un modelo en el que la movilidad se produce como consecuencia del comercio. El carácter igualitario tiende a permanecer, pero sobre la base de los elementos destacados de cada grupo familiar se van alzando los representantes de grupo todavía no ostentadores de una verdadera jefatura.

Esta situación sufre un cambio desequilibrante brusco en una fecha concreta: 583 a. C., año de la caída de Tiro, ciudad madre de los comerciantes fenicios. la ocupación del territorio debe reorganizarse para adaptarse al nuevo contexto de dominio marítimo, talasocrático, de los griegos focenses con base en la metrópoli de Focea, cuya base colonial principal en este lado del Mediterráneo es Massalia. Este dominio está apoyado desde factorías costeras que actúan como emporios, centros de intercambio comercial. 

La situación anterior es también poco duradera. Después de la batalla de Alalia, en el año 535, la alianza de cartagineses y etruscos bloquea la dominación focense. 

Todo esto tiene consecuencias en el registro arqueológico de los poblados indígenas en el territorio ilercavón, entre el Mijares y las bocas del Ebro. Se van sustituyendo los productos fenicios por focenses, y éstos, por los áticos. 

Pero no sólo es la procedencia de los productos la que cambia, se observan otros cambios más importantes en la estructura social y en la forma de asentarse en e territorio.

Mientras que la presencia de foráneos fenicios o focenses  en el siglo VII no se había traducido en una necesidad de fortificarse,a finales del siglo V, sí surge esta necesidad en algunos asentamientos que quedan por ello como destacados. No parece pues la amenaza exterior la que induce la fortificación sino más bien circunstancias internas indígenas. Se está evolucionando en el sentido de  que unos poblados pasan a ser oppida, con recintos amurallados, mientras que otros asentamientos quedan como subordinados a éstos. Ésta es la situación que reflejan los autores clásicos cuando se encuentran con ella que se corresponde por lo tanto con un estado de cosas que se genera a partir de finales del siglo V.


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Poblado amurallado del Torrelló en el margen izquierdo del río  Mijares
(Hay que añadir aquí entre paréntesis que un proceso de subordinación no se produce sin conflicto. El paso hasta los asentamientos destacados tuvo según puede deducirse de los registros arqueológicos un estadio intermedio con ciudadelas de pequeño tamaño que fueron destruidas. Sólo un asentamiento amurallado de mayor tamaño pudo resistir las presiones del entorno).

Las desigualdades internas obedecen no obstante al desigual grado de accesibilidad a los intercambios externos. la arquitectura de las viviendas empieza a reflejar también estas desigualdades. Dentro de los oppida hay diferencias, y son los que viven en estas viviendas singulares los que impulsan posiblemente el amurallamiento del asentamiento en el que habitan. 


Es importante destacar que lo que se trata de defender no es a alguien sino a algo. Un edificio singular es el granero (u otro tipo de almacén, por ejemplo de materias primas para productos manufacturados). Este contiene el esfuerzo del los habitantes del oppida y de los poblados subordinados. El grano contenido es el que hará posible el intercambio con los comerciantes externos. Sin duda, es algo vulnerable que ha de ser defendido, puesto que de ello depende la llegada de productos alóctonos que se van haciendo necesarios, especialmente para aquellos individuos que han logrado una posición social superior. 

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A partir del siglo III a. C. , con la romanización algunos elementos de estos procesos se acentuarán y aparecerán otros nuevos como la introducción de las monedas. A  partir del siglo I a. C será no obstante cuando aparecerán aspectos de la ocupación del territorio realmente novedosos. 
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