miércoles, 17 de octubre de 2018

LA CRISIS DEL PODER DE LAS ÉLITES EN EL MUNDO IBÉRICO ANTIGUO

Resultado de imagen de oppidum iberoLa emergencia y consolidación de la élites no es un proceso lineal. 

Veamos lo que sucedió entre los siglos VI y V a.C. con la las élites emergentes ibéricas.

En el siglo VII a.C., la cultura ibérica parecía estar evolucionando hacia la  consolidación de unas élites privilegiadas por el comercio externo griego y fenicio, que se colocan por encima del resto del grupo. 

Esto se traduce en la construcción de casas fuertes destacadas, que son a la vez la consecuencia y la representación visible de su posición de privilegio.

La investigación arqueológica ha ido mostrando cómo durante el siglo VI se da un proceso de destrucción de esas casas fuertes y el colapso de ese modo de organización social.

El aislamiento y las características defensivas de estas residencias parecen mostrar enfrentamientos con las propias comunidades campesinas de las que surgieron esas élites. Todo parece indicar que los lazos de igualdad imperantes en las relaciones sociales no pudieron asumir la emergencia de una élite. 

Este proceso de cambio no se halla limitado a un territorio concreto del valle del Ebro en la península ibérica, también en el sur de la Francia actual, en el  Languedoc central, numerosos hábitats del valle del Hérault se destruyen y abandonan o reducen su superficie de ocupación entre el 500 y el 475 a.C. 

En el ámbito de Europa central, durante esta etapa los príncipes celtas desaparecieron y la cultura del Hallstatt centroeuropea fue sustituida por la de la Tène. 

En el Sur de la península ibérica, poco después del 525, en el territorio de la actual Extremadura, en el oeste de la península ibérica, se detecta una atomización del poder, regentado por señores de pequeños asentamientos rurales, que a su vez se verán destruidos y abandonadas al final de esta etapa, hacia el 400 a.C. No es éste pues un fenómeno local sino que se extiende por vastos territorios del suroeste de Europa.

Ahora bien, este proceso de ataque a las élites no tiene como consecuencia la vuelta a un estado anterior sino que lleva a la formación de ciudades más grandes: los oppida. Se produce la unificación de asentamientos siguiendo un proceso que es común en el Mediterráneo y que se ha denominado tradicionalmente como sinecismo. Un proceso éste que parece ligado a la protección que ofrece un asentamiento de  mayor tamaño, pero que visto desde el relato de los que lo vivieron fue percibido como la acción de personajes concretos fundadores.   

Igual que en el modelo griego de ciudad estado, los habitantes de estas ciudades son ciudadanos de igual derecho (isonomia) independientemente de que residan en la ciudad o en el campo. Pero difiere del modelo originario griego en punto crucial: la ausencia de esclavos.

La peculiaridad de la estructura social ibérica se observa en las pequeñas dimensiones de sus oppida, con la ausencia de espacios públicos urbanos, civiles o religiosos, y de obras monumentales, indicio de ausencia de riqueza en el estado y de ausencia de cargas fiscales onerosas sobre los ciudadanos. El grueso de la población vive en el campo, en aldeas que muestran en sus viviendas la pervivencia del antiguo modelo social campesino, de familias nucleares con tendencia igualitaria en cuanto a sus posesiones, pero cuya relación sigue regulada por los grupos familiares extensos.

El tamaño de los oppida

La diferencia de dimensiones entre las ciudades celtibéricas y las ciudades estado  griegas de Sicilia, la Magna Grecia e incluso Massalia (en el sur de Francia), reflejan un distinto modelo social, dentro de la común estructura política de las “ciudades estado”.

Por término medio, las ciudades ibéricas tienen entre  4,5 y 10 Ha. Dimensiones que llegan a ser menores, entre 2,5 y 5 Ha, en las fundaciones griegas del NE peninsular y la Galia, como Emporion, Rodhe y Olbia.  Unas dimensiones muy inferiores a las colonias griegas como Massalia con 50 Ha, Veleia y Cumas con 72 Ha, Neapolis con 80 Ha, Posidonia, Metaponto y Heraclea con más de 100 Ha, Gela, Locri y Crotona con más de 200 Ha, y Síbaris, Tarento y Agrigento con más de 500 Ha. ( Una ciudad de 10 Ha. pudo tener unos 2500 habitantes).

Tan importante como el dato del tamaño es el dato de que en los oppida no se levantaron construcciones públicas, sacras o civiles, de carácter monumental; en contraste con otras culturas mediterráneas como la egipcia, griega, etrusca o romana. Su ausencia es la mejor evidencia de que los gobernantes de estas ciudades estado no consideraron necesario (o no tuvieron la capacidad) de acumular riqueza para una obra pública destacada. O lo que es lo mismo, no hubo impuestos ( o obligación de realizar trabajos comunales) sobre la población con los que acometer las obras. Dentro del nuevo modelo político de “ciudad estado” pervive el antiguo modelo social campesino, de familias nucleares igualitarias. la emergencia de la desigualdad que había dado lugar a la crisis del ibérico antiguo y al surgimiento de las primeras estructuras estatales no sólo no ha sido capaz de anular el peso de las relaciones familiares, sino que estas aparecen reforzadas tras la fugaz aparición de las aristocracias rurales

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Oppida y “ciudades estado” celtibéricos 

The Celtiberian Oppida and ‘city-states’ 

Francisco Burillo Mozota

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El paso de la aristocracia rural a la aristocracia urbana no es pues un paso inmediato ni se da necesariamente.

Resultado de imagen de esclavos en greciaEn el suelo ibérico el campesino es suficientemente fuerte y/o el aristócrata rural suficientemente débil para que se aborte la formación de elites rurales. Cuando se forman las ciudades, la fuerza de los campesinos se mantiene, y las elites  en el suelo urbano no son capaces de ejercer una acción coactiva con la fuerza suficiente para extraer de los campesinos productos o trabajo comunitario. 

El peso del campo es mayor es estas ciudades íberas que en la polis clásicas.

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Una diferencia importante: ¿Qué elementos que son distintos de un modo evidente en este solar y el de las grandes ciudades estado griegas.? La respuesta primera es que los unos no tiene esclavos y los otros si. El siguiente paso lógico es buscar la causa de ello. Este es pues un camino que vale la pena explorar.
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¿Qué tipo de élite se da en la ciudades íberas?

Resultado de imagen de jinete ibero La posesión de un caballo era un indicador de estatus social. En las ciudades y en las aldeas  quien poseyera un caballo implica que tenía que poseer cierta riqueza.

La identificación del numantino Retógenes con un princeps (Apiano Iber., 93) debe entenderse como el calificativo dado a un personaje destacado, que según Valerio Máximo (III, 2, ext. 7) vivía en el barrio “más hermoso de la ciudad”. El hecho de que en su huida de Numancia le ayuden cinco compañeros, además de otros cinco criados, a los que también se refiere como “siervos” (Apiano Iber., 94) es el único testimonio que existe para hablar de una relación clientelar en el ámbito celtibérico. Pero el bajo número de personas implicadas nos aleja de los modelos existentes en la península itálica.

Esto no implica que no existieran jinetes que concentraran en su patrimonio más riqueza que sus coetáneos, pero toda la información disponible indica que nunca alcanzó la que se nos muestra en Grecia, Italia o incluso en el sur de la península ibérica. Habrá que esperar a la penetración romana para encontrar claras diferencias sociales en territorios tales como el valle de Ebro o el Este de la península.
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