Los seres humanos, dice Suárez (que es español y jesuita), tienen un carácter social natural otorgado por Dios, y esto incluye la posibilidad de hacer las leyes. Pero cuando una sociedad política se forma, a pesar de que el hombre es social por naturaleza, la autoridad del Estado no es de origen divino sino humano, por lo que es elegida por las personas involucradas, y su poder legislativo es otorgado al gobernante y no le pertenece por naturaleza.
Debido a que el conjunto de las personas que vive en una sociedad es el que otorga el poder, tienen el derecho de tomarlo de nuevo; rebelándose contra un gobernante, pero sólo si el gobernante se comporta mal con ellos. Si un gobierno se impone a la gente, el pueblo no sólo tiene el derecho a defenderse y sublevarse contra él, sino que también tiene derecho a matar al tirano.
En 1613, a instancias del Papa Paulo V, Suárez escribió un tratado dedicado a los príncipes cristianos de Europa, titulado Defensio fidei contra catholicae anglicanae sectae errores, especialmente dirigido contra el juramento de fidelidad que Jacobo I de Inglaterra exigía a sus súbditos (Juramento de Obediencia, que incorpora la negación expresa de la autoridad del Papa sobre el monarca inglés).
Jacobo I (él mismo un estudioso de la teoría política) hizo que el libro fuera quemado por el verdugo, y prohibió su lectura bajo las penas más severas, y se queja amargamente ante Felipe III de España de que no debería albergar en sus dominios a un enemigo declarado del trono y majestad de los reyes.
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Hechos e ideas en la condena
del Parlamento de París
de la Defensio fidei de Suárez: poder
indirecto del Papa in temporalibus,
derecho de resistencia y tiranicidio
PRIETO LÓPEZ, Leopoldo José
Universidad Francisco de Vitoria (UFV). Madrid
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Se aprecian en este asunto varios debates superpuestos.
(1) El debate intelectual entre las posiciones que provienen de la escolástica del XIII (santo Tomás), las que provienen del nominalismo que surge de la crisis de la escolástica del XIV (Ockam) y las nuevas posiciones de un tiempo que se percibe como diferente, con nuevas necesidades, en el XVII.
(2) El debate religioso entre católicos y protestantes.
(3) La lucha entre el poder civil y el eclesiástico y los deseos de participación política de las nuevas clases emergentes, que se cruza, utiliza y es utilizada por el debate intelectual.
(1) El debate intelectual entre las posiciones que provienen de la escolástica del XIII (santo Tomás), las que provienen del nominalismo que surge de la crisis de la escolástica del XIV (Ockam) y las nuevas posiciones de un tiempo que se percibe como diferente, con nuevas necesidades, en el XVII.
(2) El debate religioso entre católicos y protestantes.
(3) La lucha entre el poder civil y el eclesiástico y los deseos de participación política de las nuevas clases emergentes, que se cruza, utiliza y es utilizada por el debate intelectual.
El sesgo que introduce el ser español y jesuita
La Compañía de Jesús, a la que Suárez pertenece, no es, como se dice a veces, el fruto más perfecto de la Reforma Católica (de hecho se funda unos años antes del Concilio de Trento). Más bien, la
Contrarreforma será todo un sistema de valores religiosos, sociales, políticos y estéticos
nacidos a partir de los postulados de la Compañía de Jesús.
Los jesuitas, no obstante, corren en los tiempos iniciales un serio peligro de fracasar. Son demasiado modernos, peligrosamente innovadores. Su organización interna tiene que chocar con la imagen que el clero tradicional tiene de una orden religiosa; sus métodos no pueden menos que provocar fricciones con un monarca como Carlos V que, desde los esquemas de pensamiento de una época que se está extinguiendo, cree durante mucho tiempo en la posibilidad de llegar a un acuerdo con el protestantismo y alcanzar una solución negociada. Algo que, entre otras cosas, le permitiría salvaguardar su proyecto de convertir el Imperio en un verdadero Estado.
Felipe II sí será ya un soberano de los nuevos tiempos, el martillo de la herejía; pero también tendrá sus colisiones con la Compañía, no ya por motivos espirituales, sino porque la completa y última supeditación de la orden ignaciana al Papa estorba su visión de una Iglesia nacional integrada, como un instrumentum regni más, en la maquinaria del Estado.
Vistas estas dificultades, la estrategia espiritual de la Compañía se reconvierte de forma inmediata en una estrategia de poder con mayúsculas. Hay que ganarse el apoyo de los grupos sociales más influyentes, por supuesto, y una buena herramienta para lograrlo es el inmediato prestigio docente de sus colegios. Pero hay otra, casi siempre unida a la anterior, cuyas posibilidades son sencillamente formidables: controlar la conciencia de las elites a través de una novedosa dirección espiritual distinta de la confesión tradicional. Un medio éste por el que el confesor se transforma en la guía de su dirigido en todos los aspectos de su vida.
Los poderosos son atraídos a los confesionarios gracias a una moral hecha a su medida, en la que apenas hay absolutos, en la que todo es matizable y casi todo perdonable, en la que cada caso de conciencia es un mundo. En un universo cortesano dominado por la intriga, las traiciones de toda clase y los crímenes políticos, a qué menos podían aspirar quienes gobernaban que a limpiar su conciencia a cualquier precio. A todos ellos la Compañía les ofrece algo que es clave: se presenta como el camino hacia la salvación. No es por ello extraño que un importante sector de la nobleza europea se vincule pronto a la Compañía, arrastrando con su ejemplo al resto de una sociedad, la del Antiguo Régimen, que la tiene como referente y modelo a imitar.
Los soberanos del Imperio, Francia, Polonia, Portugal, los estados independientes de Italia o los Estuardo católicos no permanecen ajenos a lo que la Compañía tiene que ofrecerles. Muy pronto, los jesuitas confiesan a reyes y reinas; incluso en el mundo protestante –son jesuitas los que convierten a Cristina de Suecia- provocan una extraña fascinación no exenta de temor.
Con una salvedad: los reyes de España.
Tradicionalmente, los reyes españoles tiene confesores dominicos, pero hasta qué punto. Felipe III y Felipe IV recurren también a los jesuitas, y es tremendamente significativo, recuren en su lecho de muerte. Demostrando el éxito de la orden en lo que su percepción como llave del reino de los Cielos se refiere. Atenazado por remordimientos políticos, Felipe III sólo quiere a su lado al padre jesuita Florencia, el único que consigue tranquilizar su conciencia.
¿Cuándo se lleva bien la Compañía con los Católicos monarcas de España? Cuando éstos, se mueven en la línea política deseada por la Compañía ¿Cuándo tienen problemas? Por un lado, cuando España opta por sus intereses estratégicos y descuida la lucha contra el protestantismo en Centroeuropa, un pecado político de primera magnitud para los jesuitas. Por otro, cuando la Compañía, obligada por su obediencia papal, confraterniza con los enemigos de España, como sucede en las décadas de 1630 y 1640, generando una crisis de confianza mutua.
Pero hay algo más. La Monarquía necesita a los jesuitas. Su labor en la educación, su control de las conciencias, su red clientelar también pueden ser aprovechados por los reyes y sus ministros ¿Cómo? Mediante una ecuación muy sencilla: los nobles de los territorios europeos piden, la Compañía tramita, el gobierno español concede. La Compañía acrecienta su influencia, el pretendiente queda satisfecho, y el poder español consolidado.
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Más detalles sobre estos asuntos:
LOS PRIMEROS PASOS: LA APROXIMACIÓN DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS AL PODER DURANTE LOS REINADOS DE CARLOS V Y FELIPE II (1540-1598)
J.J. Lozano Navarro
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Volviendo a Suárez, lo que trata de componer es un discurso que contrarreste la reforma protestante, apoyando al Papa, pero de un forma no obvia, diferente a como se hubiera hecho en el siglo XIII, introduciendo fórmulas mas "modernas", que incluyen a las gentes (el conjunto de las personas que vive en una sociedad).
Que otras fórmulas, como la del contrato social de los empiristas ingleses, tuvieran más éxito, es otra historia.
Los jesuitas, no obstante, corren en los tiempos iniciales un serio peligro de fracasar. Son demasiado modernos, peligrosamente innovadores. Su organización interna tiene que chocar con la imagen que el clero tradicional tiene de una orden religiosa; sus métodos no pueden menos que provocar fricciones con un monarca como Carlos V que, desde los esquemas de pensamiento de una época que se está extinguiendo, cree durante mucho tiempo en la posibilidad de llegar a un acuerdo con el protestantismo y alcanzar una solución negociada. Algo que, entre otras cosas, le permitiría salvaguardar su proyecto de convertir el Imperio en un verdadero Estado.
Felipe II sí será ya un soberano de los nuevos tiempos, el martillo de la herejía; pero también tendrá sus colisiones con la Compañía, no ya por motivos espirituales, sino porque la completa y última supeditación de la orden ignaciana al Papa estorba su visión de una Iglesia nacional integrada, como un instrumentum regni más, en la maquinaria del Estado.
Vistas estas dificultades, la estrategia espiritual de la Compañía se reconvierte de forma inmediata en una estrategia de poder con mayúsculas. Hay que ganarse el apoyo de los grupos sociales más influyentes, por supuesto, y una buena herramienta para lograrlo es el inmediato prestigio docente de sus colegios. Pero hay otra, casi siempre unida a la anterior, cuyas posibilidades son sencillamente formidables: controlar la conciencia de las elites a través de una novedosa dirección espiritual distinta de la confesión tradicional. Un medio éste por el que el confesor se transforma en la guía de su dirigido en todos los aspectos de su vida.
Los poderosos son atraídos a los confesionarios gracias a una moral hecha a su medida, en la que apenas hay absolutos, en la que todo es matizable y casi todo perdonable, en la que cada caso de conciencia es un mundo. En un universo cortesano dominado por la intriga, las traiciones de toda clase y los crímenes políticos, a qué menos podían aspirar quienes gobernaban que a limpiar su conciencia a cualquier precio. A todos ellos la Compañía les ofrece algo que es clave: se presenta como el camino hacia la salvación. No es por ello extraño que un importante sector de la nobleza europea se vincule pronto a la Compañía, arrastrando con su ejemplo al resto de una sociedad, la del Antiguo Régimen, que la tiene como referente y modelo a imitar.
Los soberanos del Imperio, Francia, Polonia, Portugal, los estados independientes de Italia o los Estuardo católicos no permanecen ajenos a lo que la Compañía tiene que ofrecerles. Muy pronto, los jesuitas confiesan a reyes y reinas; incluso en el mundo protestante –son jesuitas los que convierten a Cristina de Suecia- provocan una extraña fascinación no exenta de temor.
Con una salvedad: los reyes de España.
Tradicionalmente, los reyes españoles tiene confesores dominicos, pero hasta qué punto. Felipe III y Felipe IV recurren también a los jesuitas, y es tremendamente significativo, recuren en su lecho de muerte. Demostrando el éxito de la orden en lo que su percepción como llave del reino de los Cielos se refiere. Atenazado por remordimientos políticos, Felipe III sólo quiere a su lado al padre jesuita Florencia, el único que consigue tranquilizar su conciencia.
¿Cuándo se lleva bien la Compañía con los Católicos monarcas de España? Cuando éstos, se mueven en la línea política deseada por la Compañía ¿Cuándo tienen problemas? Por un lado, cuando España opta por sus intereses estratégicos y descuida la lucha contra el protestantismo en Centroeuropa, un pecado político de primera magnitud para los jesuitas. Por otro, cuando la Compañía, obligada por su obediencia papal, confraterniza con los enemigos de España, como sucede en las décadas de 1630 y 1640, generando una crisis de confianza mutua.
Pero hay algo más. La Monarquía necesita a los jesuitas. Su labor en la educación, su control de las conciencias, su red clientelar también pueden ser aprovechados por los reyes y sus ministros ¿Cómo? Mediante una ecuación muy sencilla: los nobles de los territorios europeos piden, la Compañía tramita, el gobierno español concede. La Compañía acrecienta su influencia, el pretendiente queda satisfecho, y el poder español consolidado.
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Más detalles sobre estos asuntos:
LOS PRIMEROS PASOS: LA APROXIMACIÓN DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS AL PODER DURANTE LOS REINADOS DE CARLOS V Y FELIPE II (1540-1598)
J.J. Lozano Navarro
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Volviendo a Suárez, lo que trata de componer es un discurso que contrarreste la reforma protestante, apoyando al Papa, pero de un forma no obvia, diferente a como se hubiera hecho en el siglo XIII, introduciendo fórmulas mas "modernas", que incluyen a las gentes (el conjunto de las personas que vive en una sociedad).
Que otras fórmulas, como la del contrato social de los empiristas ingleses, tuvieran más éxito, es otra historia.
Parece como si Ockam hubiera vencido finalmente a santo Tomás. De hecho, no pocos neotomistas ven en Ockam el principio del fin de la visión católica del mundo.
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