En las más de veinte horas de grabación va desgranando, paso a paso, la evolución del pensamiento cristiano desde el siglo I hasta el siglo IV, con un epílogo que llega hasta el año 529, año en el que se ordena el fin de las enseñanzas paganas en los territorios de lo que quedaba en ese momento del Imperio romano.
Un interés especial tiene para nosotros el enfoque de Racionero en la parte en la que analiza con gran detalle los aspectos internos, la contextualización externa y las implicaciones entre ambas, componiendo una especie de teología política, o si quiere, de metapolítica.
A grandes rasgos, el siglo I es el de la redacción en griego de los evangelios canónicos. Destaca aquí el acento en distinguir los evangelios sinópticos del evangelio del círculo de Juan, el circulo joánico, asentado en Patmos. Para el último, hay que tener en cuenta, al menos tres cuestiones: la influencia de la escuela de Alejandría, la formación de un culto litúrgico en la línea de los cultos de misterios; y muy importante, la persecución de Domiciano, con la implicación que ello tiene en un relato martirial y el desapego del Imperio, sin lo cual no se entiende el Apocalipsis.
El siglo II es el siglo de la gnosis, que se presenta como una mezcla de religión y filosofía, con la que tendrá que discutir el cristianismo, digamos ortodoxo. La mezcla incluye también otros cultos no cristianos como el de Isis, por ejemplo. Es pues un movimiento típico de ese tiempo. El gesto gnóstico principal es el de la reserva del conocimiento verdadero a uno pocos. Es también una teodicea en la que el mal no puede contaminar a lo supremo divino sino solamente a lo divino intermedio que se multiplica en una compleja serie de eones.
En el siglo II, el cristianismo no tiene todavía construida una teología, es decir, un discurso racional sobre lo divino. Por ello es blanco fácil para la crítica filosófica del platónico Celso. El soporte de los relatos evangélicos es visto con cierto desprecio por la escuelas de filosofía. Estamos en el momento álgido del Imperio, en el que el éxito de su modo de organización, incluido el culto oficial, legitima el discurso ideológico imperante.
El siglo III es el de la crisis. La crisis del siglo tercero está muy bien estudiada y afecta a todos los sectores de la vida de los ciudadanos del Imperio. No es extraño que se necesite una revitalización del discurso que soporta a las instituciones. El neoplatonismo parece llamado a ejercer esta función. En ese ejercicio, el neoplatonismo de Plotino refuta la gnosis y mantiene una postura de cierta agresividad con el cristianismo. Éste, por su parte está armando en este momento su construcción teológica. Orígenes será el que aportará la principal contribución, en la que la escuela de Alejandría, con el modelo de la propuesta de Filón, que combina judaísmo y platonismo, es un ejemplo a seguir.
En la parte final del siglo III, se produce un recrudecimiento de las persecuciones. Es ahora, y no antes, cuando la persecución lo es del cristianismo como tal y no de los cristianos particulares en cuanto que negaban el culto al emperador. Es un momento crucial en el que se da la apostasía de aquellos que temen perder la vida. Al final del siglo, llegamos al tiempo de Diocleciano y con ello al momento en el que se producirá un giro de guion.
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05-01 CRISTIANISMO Introducción
Constantino ve en el cristianismo ese soporte cultual que no se había hallado en el politeísmo pagano. En dos pasos breves se pasa de tolerar el cristianismo a decláralo culto del imperio. Estamos en el 313 d.C.
Vienen ahora los pasos más delicados. ¿Existe una ortodoxia cristiana suficientemente cohesionada para servir al fin para al que Constantino la tiene destinada? La teología, a pesar del esfuerzo notable realizado por Orígenes, no está completamente definida. El logos (Cristo) es un expresión del Dios Padre, pero, ¿es la única expresión? El asunto no es menor. Si es una expresión más, entonces puede haber otras expresiones legitimadoras de otras instituciones que no sean el imperio renovado del emperador Constantino. De hecho el arrianismo no ve en Cristo un dios al nivel del Dios Padre. De estos desvelos surge el Concilio de Nicea y, de éste, el Credo niceno. Estamos en el años 325.
El Credo que sale de Nicea va más allá de lo que Origenes llevó a Cristo. Lo pone a la misma altura que el Dios Padre. Es de la misma naturaleza, consubstancial con el Padre: homoousios.
Bien, Cristo es el logos como expresión única de Dios, Pero, ha acertado Constantino con esa posición. Como expresión única, ¿no le coloca potencialmente por debajo del líder religioso máximo? Esa preocupación hará que Constantino y su hijo Constancio no sean defensores acérrimos del resultado obtenido en Nicea.
Con Teodosio, hacia el 380, a pesar de ser Teodosio el Grande, las implicaciones de Nicea se realizan en la aceptación del liderazgo del Papa, que en ese momento dirige ya la iglesia como algo más que el obispo de Roma.
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