En los años inmediatamente siguientes a su muerte, que coincidieron con el inicio del pensamiento helenístico, a estoicos y epicúreos les pareció que era demasiado metafísico, utilizando un término posterior pero que para nosotros es significativo. Igual le sucedió a Cicerón, o incluso a Andrónico de Rodas que editó sus obras; y por supuesto, a algunos filósofos árabes, como Al Farabi, que lo releyó innumerables veces sin llegar, según su confesión, a captar todo el profundo contenido de los libros de la filosofía primera.
Ha hecho falta un gran esfuerzo de investigación, realizado a lo largo del siglo XX, para ir viendo el verdadero alcance del pensamiento de Aristóteles.
De lo que vamos comprendiendo ahora del contenido de este pensamiento, hay dos cuestiones que forman parte de su núcleo básico, y que no son compatibles, sin embargo, con dos grandes pilares teóricos de la ciencia moderna: la teoría heliocéntrica de Galileo y la teoría de la evolución de Darwin.
En el caso de Galileo, incluso en ese momento, en la primer parte del siglo XVII, siglo de la revolución científica, quedaba claro que formular la no centralidad de la Tierra era una cuestión que no encajaba en el sistema aristotélico; puesto que éste postula la división clara entre el mundo sublunar, que es el ámbito de lo corruptible, y el mundo más allá de la Luna que es el ámbito de lo astros eternos, incorruptibles; estableciendo así un diferencia cualitativa entre ambos ámbitos de la realidad. Romper ese esquema es romper un división fundamental del sistema de Aristóteles. Galileo fue consciente de ello y consciente de que con ello se enfrentaba no sólo a la posición de la Iglesia sino a la autoridad de Aristóteles.
Más importante aun es la otra cuestión, es decir, el enfrentamiento con la teoría de la evolución.
Defiende Aristóteles que vegetales, animales y por supuesto el hombre, tienen alma, que ésta es su esencia y la que hace que sean lo que son. Que esa esencia es la de su especie, que es lo que llama su forma especifica, y que esa forma específica, y esto es lo importante, es eterna. Esto tiene consecuencias importantes, pues dicho en términos que para nosotros son más significativos, la naturaleza humana es eterna. Aunque cada ser humano es mortal, su forma especifica como entelequia, a lo que tiende si se perfecciona, y este si es un término aristotélico, es eterna, reproduciéndose de una a otra generación, siendo por lo tanto la naturaleza humana algo que se puede investigar y determinar.
Lógicamente, la teoría de la evolución rompe este esquema teórico, puesto que postula el cambio gradual pero permanente de la especie humana. De hecho la especie humana aparece tarde en el planeta y por lo tanto no es eterna; y cuando aparece cambia constantemente y no podemos hablar tampoco de un forma específica permanente. la especie es realmente un concepto taxonómico construido.
Las consecuencias para el concepto de naturaleza humana son enormes. Desde la aparición de la teoría de la evolución en la mitad del siglo XIX, el mismo Darwin introdujo esa cuestión que desde entonces es un asunto filosófico en permanente debate, pero este debate ya no puede prescindir del carácter evolutivo de la especie humana.
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Actualmente disponemos de una teoría naturalista de la moral basada en enfoques teóricos procedentes de la neurociencia, por ejemplo; pero también de una crítica a estas teorías naturalistas basada en el constructivismo cultural. Pero ese es otro tema.
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