miércoles, 14 de noviembre de 2018

HISPANIA AL FINAL DE LA REPÚBLICA ROMANA. PROVINCIAS, CIUDADES Y VILLAS.

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Centralizar el comercio y descentralizar la producción

En la segunda mitad del siglo I a. C., en los últimos años de la República, se produce una transformación global en el mundo ibérico, que responde a los intereses de la política exterior de los dominadores romanos.  

Estos intereses les llevan a implantar en este territorio profundos cambios, sobre todo en la franja litoral. Se pasa de una economía agrícola con asentamientos de pequeño tamaño, situados en las vías naturales de comunicación, a una agricultura centrada en la villa

Paralelamente, los asentamiento secundarios desaparecen a favor de núcleos urbanos mayores de nueva fundación en los que se capitaliza el comercio exterior y la producción artesana. 

Una vez que Roma logra el control de amplios territorios de Iberia, los asentamientos urbanos secundarios dejan de tener sentido como lugares que protegen un granero de cereal o un almacén de productos artesanales, controlados por indígenas, porque el territorio está pacificado y porque el control tiene que pasar a manos itálicas y, en definitiva, porque la escala mayor de la economía y la red de comunicaciones favorece la concentración urbana  del comercio, por un lado, y la descentralización de la producción en la villa, por otro.

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Los últimos años de la república son años decisivos para la configuración de la etapa siguiente. Al llegar César al poder se encuentra con catorce provincias, de las que siete están en territorio europeo; y, de ellas, dos se ubican en el territorio peninsular de la ahora denominada Hispania: Hispania citerior, con capital en Carthago Nova y la Hispania ulterior, con capital en Corduba. Esta doble división era ya al final de la república manifiestamente artificial, por no responder a la realidad geográfico-social de ese momento. 

Al reorganizarse con carácter general, a partir del año 27 a.C. la administración del Imperio, se asigna a Octavio Augusto el control peninsular, ya que se proyecta emprender aquí operaciones militares de cierta envergadura, para lo cual es necesario destacar guarniciones permanentes. Augusto se traslada a España y fija en Tarraco su residencia durante los años 26 y 25 a.C. Organiza sobre el terreno las campañas guerreras del norte y reordena la administración provincial. Convierte a Tarraco en la nueva sede del gobierno de la Hispania citerior, que antes estaba en Carthago Nova. Fruto de ello, esta provincia pasa a denominarse Tarraconense. La nueva capital tenía la ventaja de que dominaba toda la zona del Ebro y las comunicaciones con el Noroeste de España y con los Pirineos. 


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 FF de Buján
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División de la Ulterior en Bética y Lusitania.

Por lo que se refiere a la Hispania Ulterior esta provincia presenta una manifiesta dualidad. Así, podía distinguirse nítidamente entre una zona meridional, escenario de una intensa colonización romana-itálica y una zona occidental con una menor concentración urbana y una todavía incipiente civilización. Por ello se considera conveniente desdoblarla en dos provincias independientes: la Bética, que toma su nombre del río Betis (actual Guadalquivir), que se restituye al régimen senatorial y la Lusitania que mantiene el régimen de provincia imperial. No se conoce con certeza la fecha de esta división provincial. En este sentido, a pesar de que Dión Casio  señala el propio año 27 a.C., los estudiosos, mayoritariamente, entienden que debe retrasarse esta fecha al año 13 a.C.



Queda así Hispania, a pesar de su configuración unitaria, ordenada en tres territorios provinciales. Esta triple división va a mantenerse, de forma estable con escasos cambios, a lo largo de casi dos siglos, hasta la definitiva reorganización de tiempos de Diocleciano. En el siglo III las provincias de Hispania constituyen la diocesis Hispaniarum encomendada a un vicarius del prefecto del pretorio y pasan a integrarse en la prefectura de la Galia. La antigua citerior se divide en tres: Tarraconensis, Carthaginiensis y Gallaecia; y la antigua ulterior continúa dividida en dos: Lusitania y Bética. Se añade a ellas una sexta provincia, la Mauritania Tingertina y posteriormente, en el 385 d.C. se configura la séptima, que será la Baleárica.


Municipios y colonias

En pleno apogeo del Principado, paulatinamente, distintas ciudades preexistentes de la Bética asumieron la condición jurídica de municipios, desarrollados a partir de entidades preexistentes integradas, pacífica o forzosamente, en la comunidad política romana. Roma suplanta a través de su nuevo régimen ciudadano el orden existente en diferentes núcleos de población de origen púnico o griego. Frente a los municipios, las colonias, como es bien sabido, fueron ciudades de nuevo cuño fundadas por Roma. En algunos casos, la población de las mismas procedía de proletarios de la Urbs que ven elevado su status social al convertirse en propietarios agrarios como consecuencia del reparto de tierra entre los mismos. En otros casos, las colonias de la Bética se conforman con veteranos legionarios tras su licenciamiento. En una y otra situación, serán auténticos catalizadores de una profunda y rápida romanización


Según Plinio, a fines del primer siglo del principado, en la Bética se contaban 175 ciudades. En tiempos de Augusto ya había crecido de forma importante el número de ciudades que alcanzaron el estatuto de municipio. Puede cifrarse en unos cincuenta los municipios de ciudadanos romanos y otros tantos los que habrían recibido el derecho latino. Sorprende que unos y otros no se hallen preferentemente en la costa, como solía suceder habitualmente en otros territorios. Por el contrario, en la Bética la fundación de ciudades se realiza preferentemente en el interior. La mayoría de los municipios béticos se conforman desde la existencia de antiguas poblaciones peregrinas, cuyos habitantes son honrados colectivamente con la ciudadanía o con la latinidad. Esta concesión y privilegio les obligaba a refundar su ciudad y a proveerla de las preceptivas instituciones político administrativas romanas.

Curiosamente, en su estadio inicial, el estatuto de colonia en la Bética surge como un castigo de César frente a diversas poblaciones que en las guerras civiles habían apoyado las tropas de Pompeyo.

Resulta paradójico, desde el conocimiento de este origen, que en tiempos más evolucionados este estatuto fuera codiciado ya que a él aspiraron muchas ciudades ya constituidas y reguladas jurídicamente. En este sentido se puede hablar de colonias titulares, que se hacen frecuentes en época de Trajano y Adriano, en las que el reconocimiento del pleno derecho colonial se otorga a una previa población que ya era municipio romano o latino.



Agricultura y villas


La civilización romana provoca en la agricultura un cambio sustancial de su régimen jurídico ya que pasó a basarse en los principios romanos de propiedad privada, municipal y estatal. La fundación de nuevas colonias conllevó la potenciación de la propiedad privada, lo que implicó un cambio radical, pues, en la península se mantenía un sistema de propiedad colectiva. Se aprecia también la creación de grandes latifundios en los que se inicia la utilización de la mano de obra esclava. En siglo I d.C. se introducen avances importantes tales como los regadíos, el barbecho o el arado romano. En los censos llevados a cabo en tiempos de Augusto, ningún municipio romano registró tal cantidad de gentes ricas como Gades. Con sus típicos comerciantes al por mayor, fue la primera ciudad fuera de Italia que adoptó el derecho romano y la lengua de Roma. Las ciudades de la península fueron auténticos emporios económicos de todo el territorio que de ellas dependía administrativamente, tanto las aldeas (vici) como las explotaciones agrícolas (villae). En la ciudad radicaban las principales actividades artesanales y colegios profesionales, al tiempo que se configuraron como centros de manifestaciones culturales y artísticas. Este nivel de riqueza material se correspondía con una refinada opulencia de las costumbres. La proximidad de Italia y las cómodas y baratas comunicaciones por mar abrían una espléndida ruta para colocar sus productos en el primer mercado del mundo. Es probable que Roma no llegase a mantener con ningún otro territorio un comercio al por mayor tan importante y tan asiduo como con Hispania. El comercio de Roma con Hispania logró lo que la conquista militar había cimentado. Las monedas romanas de plata circularon en la península con anterioridad a su utilización en otras provincias fuera de Italia.

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TERRITORIO Y PODER. ¿CÓMO SE PRODUJO EL FINAL DE LAS VILLAS ROMANAS?

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