martes, 30 de enero de 2018

ARISTÓTELES Y LA GUERRA DEL PELOPONESO

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Platón nace en Atenas en el año 427 ANE. La guerra del Peloponeso se  prolonga desde el año 431 hasta el 404, durante toda la juventud de Platón. 

Es lógico que la guerra y sus consecuencias influyeran en su pensamiento. Pero esta influencia llega más allá en el tiempo, llega también hasta el discípulo de Platón: Aristóteles.

Hablar de los tiempos finales de la guerra es hablar de la conmoción profunda que ésta produjo en la sociedad ateniense y en toda Grecia. El tema de la ambición desenfrenada, de la avaricia abusiva y sin escrúpulos, se relaciona con una corriente de irracionalismo y de poder del más fuerte, que ya había sido antes apuntado por Hesíodo, pero que en los inicios del siglo IV se manifiesta con una fuerza salvaje, dividiendo aún más la polis en los dos grandes bandos denunciados por los escritores de este siglo: la gran mayoría de pobres y los pocos ricos que lo tienen todo. 

La areté, la virtud, el conjunto de características que le otorgan excelencia a los superiores,  no se pone, ahora, al servicio de la comunidad y, por consiguiente, ya no está unida a la idea de la díke, de la justicia. Lo que se busca ahora es el propio éxito, el provecho propio; y con ello se instala un nuevo individualismo que está especialmente presente en los discursos de los sofistas a sus discípulos. Gorgias como prototipo de ese perfil enseña una doctrina que busca exclusivamente el éxito personal, individual de sus discípulos, desligado del bien de la comunidad y de los valores generales. El éxito individual se asocia más al  plano de la vida privada y al placer, y como éxito público se asocia, ahora, a la doctrina del triunfo del fuerte.

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LA GUERRA DEL PELOPONESO ARISTÓTELES Y EL SIGLO IV

 Héctor García Cataldo. Universidad de Chile

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La cuestión es si existe o no una contradicción entre el ser humano como individuo que tiene una determinada naturaleza, y su vida social. O dicho de otra manera,  entre las leyes de la ciudad (nomos) y las leyes de la naturaleza de las cosas (physis).

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El efecto que tiene la guerra es el de producir un apartamiento de la política que se considera una actividad demasiado peligrosa. Platón le hace decir a Sócrates: el que quiera conservar su vida, aunque sea por un poco de tiempo más, es necesario que se preocupe de llevar una vida privada, pero no de ser un hombre público.

La guerra ofrece ejemplos de a dónde puede llevar el abandono de los ideales de la justicia y la prudencia que conformaban la virtud anterior a la guerra: la actuación de Alcibíades, quien para prosperar en política recurre a las más viles artimañas, Critias, quien no vacila en mentir con descaro para imponer sus opiniones,  Antifonte, quien se adhiere a la democracia por pura conveniencia personal. 

Tucídides en el libro III de su Guerra del Peloponeso describe la situación después de referirse a las crueles luchas civiles de la ciudad de Corcira:

"...Queriendo justificar actos considerados hasta entonces como reprochables, cambiaron el sentido ordinario de las palabras. La audacia irreflexiva fue considerada valiente adhesión al partido; la precaución reflexiva, cobardía disfrazada; la moderación, una falta de hombría; y una gran inteligencia, una falta de acción en todo.... Las relaciones de partido eran más poderosas que las relaciones de parentesco,... Las asociaciones no tenían por objeto la utilidad conforme a las leyes, sino la satisfacción de la codicia en lucha contra las leyes establecidas. La fidelidad en los compromisos se fundaba en la complicidad en el crimen más que en el respeto a la ley divina del juramento.... Los juramentos de reconciliación que se formulaban sólo tenían una fuerza transitoria, debido a la apurada situación de los partidos y a su impotencia en afrontarla.... Todos estos vicios nacían del deseo de poder, inspirado en la codicia o en la ambición. Las pasiones engendraban ardientes rivalidades.... Así fue como las sediciones y bandos ocasionaron en el mundo griego toda clase de crímenes". 


En los dos últimos años de la guerra, entre el 406 y el 404,  los acontecimientos se suceden con rapidez. El comandante espartano Lisandro recibe la ayuda económica de los persas que le permite por fin componer un flota capaz de oponerse a los atenienses por mar.  A pesar de ello, Atenas es capaz todavía de ganar batallas navales. Pero las tensiones son muy grandes en la ciudad. El hecho de que después de la batalla se desencadene una tormenta, y que como consecuencia de ello no se recoja a los supervivientes, origina un juicio en el que se condena a los generales responsables. Los términos en los que se desarrolla el juicio ponen en evidencia la falta de garantías para un juicio justo. Sócrates, y con ello Platón, quedan impactados por la forma en la que sucedieron las cosas que dejaba a las claras que la verdadera justicia quedaba a expensas de intereses y venganzas personales. 

Resultado de imagen de batalla de egospótamosEn el año 405 se da la batalla final en Egospótamos.

Cuando Lisandro atraca en el puerto del Pireo y comienza la demolición de los muros de Atenas, no faltaron aquellos que pensaron que aquella jornada significaba para la Hélade el renacimiento de la libertad. Por lo menos terminaba aquella guerra que durante más de un cuarto de siglo había enfrentado entre sí a las ciudades griegas. Significaba, al mismo tiempo, el derrumbamiento de la hegemonía que Atenas había ejercido en el mar Egeo. El equilibrio que se había logrado en el siglo V había sido destruido. Pero el problema no era sólo político y militar, pues la guerra había significado múltiples destrucciones, entre ellas la miseria del mundo rural, pero sobre todo la crisis de los valores espirituales de la cultura, que, como insiste Tucídides, hasta las reglas morales y religiosas habían sido escarnecidas. 


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Thomas R. Martin, An Overview of Classical Greek History from Mycenae to Alexander

The end of the war

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En Platón y algunos de sus contemporáneos la aguda crisis política es motivo que inspira la construcción de estados ideales, que se empiezan a proponer en la época; son la respuesta a una necesidad práctica y se ponen al servicio de objetivos también prácticos. Cualesquiera que hayan sido los resultados de estas respuestas ideales, lo importante es que sus inventores cuentan con la posibilidad de su realización, ya sea en la fundación de alguna colonia, ya sea a través de un monarca o de un dirigente popular investido de poderes extraordinarios: en esto puso su esperanza el propio Platón, independientemente de su éxito o fracaso (Platón hace varios intentos con los tiranos de Siracusa).

Aristóteles, siempre más empírico que su maestro (la politica es una ciencia práctica ligada a la retórica y no una ciencia teórica),  y nos ilustra sobre la historia de la institucionalidad de las ciudades griegas (las constituciones), su crisis y, el modelo de mejor politeia, que el filósofo propone, fundado en su conocimiento histórico y su visión antropológica (podríamos decir más con los pies en el suelo, una vez suprimido el mundo de las ideas y determinado el mundo sensible como el único mundo real).

En Aristóteles no es sólo importante la acción política sino el discurso deliberativo que defiende o ataca una determinada acción política: la retórica. Unos discursos de los que la guerra proporcionó innumerables ejemplos y que forman quizás la parte más interesante del relato de Tucidides. 

Pocos discursos ofrecían una argumentación más pensada y orientada para reflejar los conceptos generales implicados en un debate. Pocos discursos podían ser considerados como modelos de un tipo de oratoria como los que insertó Tucídides y seguramente leyó Aristóteles. Es cierto que en todos ellos se emplean procedimientos de uso común en una asamblea política de finales del siglo V, pero en muy pocos casos nos encontramos ante discursos con un contenido más modélico que los de Tucídides.  Tanto en la presentación de determinados razonamientos argumentativos sobre el poder de unas naciones sobre otras, sus intereses, las causas de las guerras; como en sus aspectos formales. Todo ello pone de manifiesto hasta qué punto los discursos de Tucídides pudieron ser modelos esenciales en el desarrollo de una normativa retórica del siglo IV a.C.

Aristóteles al prestar atención a la retórica está reconociendo que la persuasión que se produce a través de ella tiene una función en la práctica política. No sólo la investigación dialéctica de la idea de justicia, al estilo de Platón, es importante, sino que el discurso político, la forma en se presenta una opción política, condiciona el resultado cuando la toma de decisiones se produce en una asamblea. 

Pero el modelo político propuesto no es ya posible de realización en el medio para el cual había sido pensado, pues la polis tenía sus raíces en un contexto que había ya desaparecido irremediablemente en aras de un cosmopolitismo ni siquiera soñado. 

Cómo contribuye Aristóteles a ese cosmopolitismo a través de Alejando es un cuestión sin duda difícil de resolver. 

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Secuelas. El legado de Tucídides


El siglo V y el siglo IV en Grecia, quedan como un referencia ineludible para un conjunto de ejemplos de las formas de hacer política. 

La democracia asamblearia de Atenas ha quedado como lo que lleva a interminables conflictos internos en una permanente lucha por el poder, a la vez que ejemplo de la fuerza que ciudadanos que se sienten participantes de las decisiones de su ciudad (del estado) tienen a la hora de defenderla.

la oligarquía de Esparta (que somete a una masa, en su caso de ilotas mesenios) ha quedado como el modelo de estabilidad interna imperturbable por el paso del tiempo, pero incapaz de evolucionar y adaptarse a circunstancias externas cambiantes.

Se dice que estos modelos estaban presentes en las ciudades italianas del Renacimiento (la traducción de Lorenzo Valla de 1452 es la primera versión latina de la obra completa de Tucidides que fue muy influyente en diferentes ámbitos del pensamiento renacentista). En la ciencia política posterior al Renacimiento es indudable la influencia de Maquiavelo y Hobbes. 

El modelo está también presente también en los padres fundadores de los Estados Unidos. Jefferson entendió que la obra del historiador ático, gracias a su profundo estudio de las causas de la guerra y de sus efectos sobre el régimen político ateniense, ofrecía a los padres fundadores un modelo privilegiado para prevenir los excesos de la democracia.

El modelo de Esparta inspira por otro lado a los regímenes totalitarios del siglo XX.

En tanto que la mayoría de los acontecimientos de aquellos años los vemos a través de la mirada de Tucidides, puede decirse que existe un legado de Tucídides en la cultura occidental.

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De lectura especialmente recomendable:

El legado de Tucídides en la cultura occidental Discursos e historia 

Juan Carlos Iglesias-Zoido 

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ENTRADAS RELACIONADAS:


PLATÓN CONTEXTUALIZADO. PLATÓN Y LA GUERRA DEL PELOPONESO




ARISTÓTELES VS. PLATÓN, CIUDADANOS Y CIUDADES





EL GIRO FILOSÓFICO DESPUÉS DE LA MUERTE DE ALEJANDRO


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lunes, 29 de enero de 2018

PLATÓN Y LA GUERRA DEL PELOPONESO.

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En una primera lectura de Platón parece dar la impresión de que las propuestas sobre cuál es la ciudad ideal son teóricas, en el sentido  de que tienen que ver con la naturaleza humana en general, pero no con las experiencias concretas vividas.

Sin embargo, si se atiende paralelamente el contexto  de la vida de Platón, se hace del todo extraño que algo tan impactante para cualquier ateniense,  que hubiera sentido por sí mismo o por el recuerdo de otros mu cercanos la guerra del Peloponeso, no hubiera quedado marcado sobremanera por esa experiencia.

De hecho, conocidos los hechos principales de la guerra, algunas de las actitudes y de la referencias textuales de Platón se hacen mucho más comprensibles.

En realidad, en esta segunda lectura aparece un Platón muy crítico con el periodo de Pericles, que incluso Tucidides, que cuenta los horrores de la guerra, veía como una época de apogeo de Atenas.

Platón es consciente de que en el origen de la guerra está la política expansionista que practica Pericles. A partir de esa crítica se comprende que su propuesta de educación de los guardianes de la ciudad no esté orientada tanto a la defensa de la ciudad con respecto de los enemigos exteriores como a la defensa de la ciudad con respecto a los conflictos internos, y muy especialmente, a prevenir a la ciudad de los efectos nefastos de la sedición.

La guerra exterior no sólo no soluciona, sino que agrava, los problemas internos. La finalidad de la ciudad ideal no es pues la conquista, sino el equilibrio de los poderes internos. Un equilibrio que Platón concibe como la victoria de los pocos justos sobre los muchos injustos. 

En esta última afirmación se deja ver el Platón menos democrático. Desde su punto de vista, la guerra perjudica sobre todo a las clases superiores de Atenas, algo que estas hubieran debido saber ver, antes de que las cosas fueran demasiado lejos. Realmente, el mal tenía sus origen en otra guerra, la guerra contra los persas, a partir de la cual  las multitudes habían ganado poder por su intervención en las victorias marítimas, formando la tripulación de los barcos de la flota (a diferencia de la guerra en tierra firme donde los hoplitas, que son sólo aquellos que son capaces de costearse la cara indumentaria, son los protagonistas).

Platón mira hacia un pasado anterior a la guerra del Peloponeso, anterior a la etapa de Pericles y a las Guerras Médicas. Mira hacia Solón, pero siendo consciente de que las circunstancias son otras y de que por lo tanto esas circunstancias diferentes han de ser tenidas en cuenta. 

Si Solón es el modelo positivo, Alcibíades es el ejemplo que elige Platón de lo negativo, esto es, de lo que puede resultar de hacer la política del demos (popular). Su experiencia hay que situarla precisamente en los últimos años de la Guerra del Peloponeso. (El desastre de la expedición siciliana a Siracusa queda en la conciencia colectiva de los  atenienses).  

La alternativa socrático-platónica es colocarse por encima de los propios conciudadanos.

Pero si el activismo en la guerra que quiere el demos no es la solución correcta, tampoco el abstencionismo lo es.

La solución viene en la Leyes (el último texto que escribe Platón, y en el que se muestra más pragmátco): la Guerra del Peloponeso ocultó la verdadera problemática, que era la interna, con lo que sólo había virtud a medias, y por ello la ciudad, en el lenguaje de las Leyes, fue inferior a sí misma, lo que corresponde a un hecho real también agudizado en la Guerra del Peloponeso: los más estaban por encima de los menos.

Para Platón, ni el noble que actúa como Pericles o Alcibíades, ni el estratego como Nicias o Laques, ni el oligarca como Cármides o Critias tiene actitudes loables. 

Con todo, hay matices. Para Platón, Critias ofrecía una alternativa con elementos válidos. Su actitud está más próxima a la suya que la de Alcibíades o la de Nicias y Laques, pero es preciso un conocimiento más completo de la sociedad. En definitiva, su error estuvo en aquello que los llevó al fracaso, en intentar curar sólo la cabeza de un cuerpo enfermo, y no todo el cuerpo social. la propuesta de Platón atiende al conjunto de la ciudad que ha de formar un todo articulado.

Platón percibió que la complejidad de la situación era mucho mayor y ello hizo posible la elaboración de un pensamiento enormemente complejo, pero también lo incapacitó para dar soluciones válidas desde el punto de vista de la realidad política. Tan complejo es, que aparece como puramente teórico, pero que no es desde luego ajeno a la realidad histórica vivida, y no se entiende descontextualizado de ella.
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Platón y la Guerra del Peloponeso

DOMINGO PLÁCIDO

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HISTORIA DE LA GUERRA DEL PELOPONESO – Tucídides

Publicado por cavilius
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viernes, 19 de enero de 2018

OBRAS PUBLICAS Y PODER. LOS CAMINOS REALES DE ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII

Resultado de imagen de decreto caminos reales 1761Cuando Carlos III sucede a Fernando VI, que muere en 1759, se encuentra todos los caminos del reino en un estado lamentable. Se propone por ello como política prioritaria la habilitación de una red de caminos adecuada a lo que deber ser un estado ilustrado (el estado borbónico de inspiración francesa que Carlos III quiere para España).

Muy pronto, en 1761, sale un decreto que impulsa la política viaria, cuyo coste  habrá de financiarse con un aumento en el impuesto de la sal, con carácter universal ( "sin excepción de persona alguna").


En una primera etapa el encargo de llevar a término el decreto recae en la Secretaría de Estado de Hacienda cuyo titular es Esquilache.

Sobre esta etapa se han hecho lecturas diferentes. Si se pone el acento en la cantidad de obras acometidas la valoración es positiva. Si se sigue la crítica que inicia en la etapa siguiente el conde de Floridablanca, entonces esa primera etapa se caracterizó por la desorganización provocada entre otras cosas por el enfrentamiento entre los encargados de hacer los proyectos y los encargados de llevar a cabo las obras.


A partir de 1777, Floridablanca asume al Secretaría de Estado y con ello la voluntad de superar los defectos de organización, técnicos y de financiación que él mismo había denunciado con respeto de la etapa anterior. Piezas para conseguirlo son la Instrucción de 1778, a la que siguen una serie de disposiciones complementarias, y las Ordenanzas de 1794.

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Con todo, no parece que los objetivos se alcancen, y del mismo modo que Floridablanca critica la etapa que le precedió, es criticado a su vez por Cavanilles.

Cavanilles analiza el tema desde el punto de vista de la política agraria y achaca a la falta de conclusión de los caminos principales y de la falta de atención a los secundarios, los problemas del campo.


No obstante la crítica más dura procede de Agustín de Betancourt, que pone por escrito en  1803, pero que se había gestado desde su experiencia como Inspector General de Caminos, desde 1799.

Si el primer periodo se caracteriza por mucho o gasto sin avances notables, dice Betancourt, el segundo se caracteriza por poco gasto pero sin avance ninguno. Y en ambos casos, por desconocimiento de la técnica y organización de ese tipo de obras.

El camino de Madrid a Valencia


El camino real entre Madrid y Valencia puede servir de ejemplo del tipo de debates que se generaron.

Para el trazado de esta vía se eligió  el más recto posible. La afirmación de Ricardo Ward de que hay que mantener "la linea recta a costa de cualesquiera dificultades", es representativa de la decidida argumentación en favor de esa opción.

Se vio pronto que las dificultades iban a ser mayores de lo esperado. Los puertos de montaña, ríos y barrancos que había que atravesar complicaron de tal modo las obras que hubo que hacer variantes no inicialmente previstas y algunos puentes se resistieron a varios equipos de ingenieros militares y arquitectos. Alguno de ellos como el paso del Júcar no pudo salvarse con éxito hasta 1917.

La critica de Betancourt a este trazado se refirió no sólo a estas dificultades que hicieron gastar ingentes sumas de dinero, sino también al coste que suponía el abandono de una ruta con algunas de las ciudades más importantes del reino  (Játiva, Alcira, Carcagente, Algemesí,..), por otra ruta casi desierta, con el perjuicio de estas ciudades y el perjuicio para los viajeros que no podían disfrutar de las comodidades de alojamiento que estas ciudades podían proporcionar. 

Pero más importante que la elección del trazado es la organización de los distintos niveles en los que se toman las decisiones.

A partir del decreto de 1761 y hasta el tiempo de las críticas de Cavanilles y Betancourt, el punto más alto de la organización, el primer nivel, lo ocupan sucesivamente  tres superintendentes de caminos, al mando de todos los caminos del reino: el marqués de Esquilache, Miguel Muzquiz y el conde de Floridablanca.

En el segundo nivel, al mando de cada uno de los caminos principales, se coloca un subdelegado, cargo que recae en la mayoría de los casos en el capitán general de la región militar. El primer subdelegado para el camino Madrid-Valencia fue el conde de Aranda.


El tercer nivel es el de la dirección y supervisión técnica de cada camino que corresponde al ingeniero militar (jefe), y por debajo de él, en un cuarto nivel, los ingenieros militares de cada tramo.


La ejecución de las obras está cargo de un contratista civil, siendo el jefe de obra un maestro de obras o un arquitecto.


Así, el proyecto y el control de la ejecución están en manos de los ingenieros militares y la ejecución en manos de los maestros de obras y arquitectos. En estos primeros años el enfrentamiento entre unos y otros se hace patente, especialmente a la hora de plantear modificaciones al proyecto. ( Puede también que el mayoritario origen francés de los ingenieros militares generara un choque con la forma de hacer y trabajar de  los maestro de obras y arquitectos autóctonos). 


En este esquema, puede que la última etapa Floridablanca decantase la balanza hacia el lado de los arquitectos, colocando al arquitecto Manuel Serrano al frente del camino de la ruta Valencia- Madrid, puede que siguiendo la buena impresión que le había causado Serrano en algunas obras realizadas en Murcia.


Pero lo que más consecuencias tiene de lo que hace Floridablanca es abandonar la idea de los caminos rectos, si ello exige hacer grandes gastos como construir puentes. La nueva política responde a un recálculo económico en el que no le salen las cuentas (haciendo los números con los datos que se tenían de las obras hechas en el periodo anterior). 


Con la «Instrucción para el Reconocimiento y Alineación de los Caminos» de 1778, Floridablanca estableció que «para la referida alineación del Camino debe tener presente el Comisionado que la intención del Rey es que se aproveche cuanto se pueda del antiguo». con esta nueva política los caminos van quedando igual de intrasitables. Floridablanca es cesado en 1792.


El puente nuevo sobre el Mijares

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En todo caso, queda el recuerdo de personalidades sobresalientes en ambos lados, la administración y la contrata, como el ingeniero Simón Desnaux o el arquitecto Bartomeu Ribelles. Obra de Ribelles es la construcción del 
puente nuevo sobre el Mijares (entre 1780 y 1790)  que queda como la obra de fábrica más importante del siglo XVIII en Valencia.

Lo cierto es que se tiene información relevante sobre este puente, que viene al caso.


Poco después de 1790, Cavanilles conoce el puente recién construido y tiene de él una muy buena impresión. Se hace eco de las críticas que recibió Ribelles durante la construcción y le parecen poco fundadas habida cuenta de que el puente había resistido bien la primera riada. Sin embargo, es el propio Betancourt el que pocos años después advierte de que los cimientos del puente han sido seriamente afectados por una riada posterior, hasta tal punto que si no se actúa con rapidez, dice,  el puente no hubiera resistido un invierno más.  Sin duda, este caso le viene bien a Betancourt en su defensa de una formación especializada porque a pesar de la que la obra de fábrica como tal, como obra arquitectónica, es impecable, su implantación es el cauce, su cimentación, requiere de unos conocimientos expertos diferentes de cuando la obra se asienta  fuera, en terreno firme, 


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Els camins valencians de la segona meitat del XVIII i les observacions de Cavanilles


Carme Sanchís


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La inspección General y la Escuela de Caminos

Lo que hace Bentacourt para paliar las deficiencias de las tres décadas anteriores, es crear un escuela nueva de especialistas en obras civiles con una formación en este tipo de obras que comprenda la planificación, el proyecto y la construcción.



Resultado de imagen de escuela antigua de caminosBetancourt tiene un modelo para la creación de una institución académica que cumpla los objetivos que se propone. Este modelo venia funcionando en Francia desde 1747: la École nationale des ponts et chaussées, una escuela que conocía de primera mano por haber estado en ella en 1784. 

Así, creada en 1799  la Inspección de Caminos, la experiencia de Betancourt en la escuela francesa y el amplio conocimiento de cómo va evolucionando la tecnología en Francia e Inglaterra le sirven para el desempeño del puesto de Inspector General, y desde este puesto impulsar la fundación de la Escuela de Caminos en España, en 1802.

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Los Caminos Reales en el s. XVIll

Carlos Nardiz
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La tecnología en el XVIII es todavía deudora de la tecnología romana, reelaborada en Francia en el siglo XVII

Como el único precedente de trazado que existía de una red viaria organizada era la romana, y para unas exigencias de transporte en principio parecidas, no es extraño que los primeros tratados teóricos del siglo propongan el sistema romano de construcción de caminos como el modelo que había que imitar. Para ello contaban con la interpretación que a finales del siglo XVII había realizado Nicolás Bergier en su Historia de los grandes caminos del Imperio Romano, resumida por Gautier en su Traité de la construction des chemins (1716), el tratado sin duda más influyente, que será seguido por los ingenieros tanto en los caminos reales franceses como en los españoles.

El camino se dejaba sin compactar, al no tener medios para realizar la compactación adecuadamente, ya que aunque la idea del cilindro compresor es de finales del siglo XVIII, no se extenderá hasta el segundo tercio del XIX, con Polonceau apareciendo el camino con frecuentes lodalazales nada mas construídos.


La tecnología de puentes se desarrolla en España sobre un tratado básico, una traducción al castellano del inglés del Tratado de fortificación o arte de construir los edificios militares y civiles escrito en 1769 por J. Muller, realizada por el ingeniero ordinario de los ejércitos de S. M. empleado en la Real Academia Militar de Matemáticas en Barcelona, Miguel Sánchez Taramás.


El tratado de Muller se remitía  principalmente a dos textos franceses: el libro Architectura hydraulique de Belidor (1750-1780), texto de cabecera que ningún ingeniero podía desconocer; y  el de Gautier Traité des ponts ou, il est parlé de ceux romans el de ceux des modernes, libro igualmente difundido, cuya primera edición data de 1716. El conocimiento empírico de estos textos se basaba a su vez  en  los grandes puentes franceses del XVII, como el Pont Neuf, el Pont Royal sobre el Sena en París, y el Pont du Blois. 


Este saber teórico entra pues en España en el XVIII a través de los ingenieros militares que lo reciben de las experiencias que se hacen en Francia en el XVII que se componen en forma de tratados a principios del XVIII.  


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DE LA HIPÓTESIS DE PLATÓN A LA HIPÓSTASIS DE PLOTINO.

Un capítulo del final de la filosofía antigua, que suele desconcertar a los estudiantes, es el que da cuenta de la teoría de Plotino sobre l...